Capítulo 11

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La casa de los gatos

El grupo de amigos bebía con ánimos las cervezas que se les ofrecían mientras permanecían en el gran y cómodo sofá tapizado con cuero rojo (bastante bonito, a decir verdad). La platica que se llevaba a cabo entre Kirk y Lars se veía relacionada a una de las aficiones de Hammett, los filmes de horror que había visto a montones y de las cuales coleccionaba figurillas, posters, y cualquier otra mercancía que pudiera relacionarse. Lars lo escuchaba con atención aún sin conocer mucho acerca del tema pues a él le iban más otro tipo de cosas. Sus grandes ojos color esmeralda permanecían fijos en la persona frente a él, por un momento había quedado embelesado en las bonitas facciones del guitarrista. Algunos de sus rizos —tan marcados y oscuros como siempre— adornaban su frente como un intento de flequillo que le quedaba a la perfección. Sus ojos casi tan oscuros como su cabello habían tomado un brillo de total emoción y entusiasmo mientras contaba a Lars como se había interesado por algunas de las sagas más famosas de películas de horror; sus labios gruesos y pigmentados de un color rosa tenue se movían a la par con sus palabras. Por un momento, Kirk le había parecido la persona más atractiva que hubiera visto jamás.

—Lars... ¡Lars! —lo llamó Hammett. Lars lo miró con desconcierto, se había perdido más de la mitad de la plática.

—¿Ah? —Hammett esbozó una sonrisa al ver la cara de confusión de su amigo.

—¿Me estas poniendo atención? —Kirk enarcó una ceja como interrogación. Lars bajó la cabeza apenado, el guitarrista se había dado cuenta de su falta de atención.

—Sí... —contestó con nerviosismo. La mirada de Kirk se había fijado en él, Lars sintió un escalofrío recorrer su cuerpo de arriba abajo. Sus miradas se habían conectado de una manera extraña, una que creían sólo existían en los cuentos de romance. Lars estaba nervioso, no sabía que hacer o cómo reaccionar. La mirada penetrante de Kirk había causado un leve sonrojo en sus mejillas —que se camuflaba con el propio que la ebriedad causaba en él—. La llegada de James con bebidas en las manos había sido suficiente para romper la conexión, Lars le agradeció internamente, y a la vez lo maldijo por interrumpir el momento.

—Esto es tan aburrido. —se quejó Dave. El pelirrojo sopló un mechón de cabello que se colaba por sobre su rostro, haciendo que éste se levantara levemente, pero sin abandonar la posición.

—Lo sé, vamos a bailar. —propuso Kirk. Su corazón latía acelerado aún gracias al reciente acontecimiento.

—Viejo, yo no sé bailar. —dijo James. Acto seguido se dejó caer en el sofá a un lado de Mustaine, que se corrió brevemente para que éste se acomodara.

—¿Y si salimos a pedir dulces? —propuso Lars. Sus intenciones no eran exactamente las mencionadas, eso lo sabían pues lo conocían perfectamente para creérselo, pero era una buena idea salir a las calles esa noche y divertirse un rato.

—Lars, no somos unos niños, además, ¿qué idiota le daría dulces a unos pendejos como nosotros? —dijo Dave con burla en su voz, pronto sintió como James lo rodeaba con un brazo por la cintura, el recargo la cabeza en su hombro.

—No vamos exactamente a pedir dulces, idiota. Podemos comprar papel de baño y huevos —una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Lars, todos lo miraron atentos a su propuesta, comenzaba a interesarles la idea, aun con lo estúpida que ésta sonaba—. Podemos hacer bromas y molestar a los vecinos. Ya saben. Creo que no sería nada nuevo.

—Suena bien, yo estoy de acuerdo. —sentenció Mustaine. Los jóvenes restantes se dedicaron miradas interrogantes, como pidiendo permiso para aceptar la propuesta.

—Bien, es una buena idea, vamos —dijo James. Tanto él como los demás chicos se pusieron en pie y, tambaleantes, se encaminaron a la entrada de la casa.

Promises ~Hetstaine~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora