Cap 11

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Los siguientes días fueron como un avance de las hogueras del infierno, iba al trabajo, volvía a casa, dormía, iba al trabajo... Dormir no es precisamente la palabra adecuada para describir las largas horas que pasaba dando vueltas en la cama, y tampoco se puede decir que fueran noches inolvidables.

Después de una semana asi, tenía el aspecto de un fantasma. Mis colegas, siempre tan cuidadosos de mi salud, me mandaron a casa con el convencimiento de que allí podría descansar, pero en realidad sólo sirvió para empeorar las cosas, puesto que ya ni siquiera disponía de esas pocas horas al día en que podía sumergirme en la rutina del trabajo y dejar de pensar en ella.

Empecé a pasear por la ciudad y a mirar los escaparates, aunque no habría sido capaz de decir qué veía en ellos.

Frecuenté cafeterías llenas de mujeres mayores que se encargaban de pastelitos de crema. Al tercer día la vi y me llevé un buen sobresalto. Estaba cruzando la calle, sólo le vi la espalda, pero la reconocí de inmediato. Después de cruzar, echó a andar por la calle principal de la zona de tiendas del área peatonal. Me puse en pie de un salto y dejé sobre la mesa dinero para pagar el café que me había tomado.

De reojo, vi cómo la camarera se acercaba a toda prisa, un tanto aturdida, mientras yo salía de la cafetería igual que una velocista de élite. Quién sabe, igual hasta me daban una oportunidad en los Juegos Olímpicos... Cuando llegué a la zona peatonal ya no la vi. Seguí corriendo un poco más, con los pulmones a punto de estallar. La calle se bifurcaba, seguí corriendo hacia la derecha, pero no estaba alli.

Volví atrás, seguí por el otro camino y la vi a lo lejos, en la otra esquina. Estaba entrando en un supermercado. Por supuesto, ella no iba a las pequeñas tiendas de toda la vida, donde el trato era demasiado personal. Los supermercados le proporcionaban el anonimato que necesitaba. Estaba a punto de pararme cuando me di cuenta de que el supermercado tenia dos salidas. Pedí disculpas a mis pobres pulmones y seguí corriendo hasta la esquina. Cuando llegué al supermercado traté de pensar en las cosas que probablemente compraría una mujer como ella, puesto que ella misma habia admitido que no cocinaba casi nunca, podía descartar los productos alimenticios y los habituales productos para "amas de casa".

Poco a poco, empecé a respirar con normalidad, mientras recorría con paso vacilante los distintos pasillos. ¡La sección de licores! Apreté de nuevo el paso, doblé la esquina y eché un vistazo, allí estaba, poniendo dos botellas de champán en un carrito. Deduje de inmediato, aunque de hecho no tenía ningún motivo, que esas dos botellas eran para sus clientas. Supongo que lo deduje porque a mí nunca me había ofrecido. La seguí, cogió unas cuantas cosas más, no demasiadas, y se dirigió a la caja. Después de pagar, lo metió todo en una mochila negra de piel y se dirigió apresuradamente a la salida. Evidentemente, tenia prisa. Me pregunté si siempre se comportaría así cuando iba a hacer la compra, como alguien que vuelve a casa a toda prisa para evitar el peligro.

Sólo entonces me di cuenta del gran regalo que me había hecho al aceptar que la invitara a cenar. Por suerte, de vez en cuando cogía un avión y se marchaba a París, pues nadie podía soportar una vida así durante demasiado tiempo. Eligió la salida que quedaba más cerca de su apartamento y deduje que se dirigía directamente allí." Si no me doy prisa", pensé, "la perderé de vista en cualquier momento". ¡Qué rápido camina! A medida que me iba acercando, iba viendo las reacciones de la gente al cruzarse con ella. Algunos hombres la desnudaban con la mirada descaradamente y un par de mujeres jóvenes en los veintes, junto a sus parejas le negaron el saludo de una forma tan poco disimulada que deduje al momento que se trataba de clientas suyas.

Caminaba con la espalda muy recta. Cuando estábamos a punto de llegar a su casa, me pregunté qué debía hacer. En cuanto ella entrara en el edificio, yo ya no podría hacer nada. Me metí por un callejón que cruzaba de nuevo la calle principal unos metros más allá y eché a correr. Jadeando, doblé la esquina y coincidí con ella en el momento justo. De hecho, casi tropezamos, lo cual hizo que la mochila se le resbalara de las manos. ¡Mierda, el champán! Intenté sujetar la bolsa y las dos la cogimos a la vez justo antes de que llegara al suelo. Fue en ese momento cuando me reconoció.

La reina de mis noches; Scarletwidow Donde viven las historias. Descúbrelo ahora