Sinaí Ferreira no debió haber interferido en los secretos de los Frey; por desgracia, se obsesionó locamente con uno de ellos, y haría cualquier cosa para conseguirlo.
Ruso. Peligrosamente atractivo. Un prodigio. Adicto a revivir personas. Axer Frey...
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Sinaí
A través de un pequeño agujero en la cortina de mi habitación, vi llegar el lujoso auto de Linguini por la calle en dirección a mi casa. Gracias a la farola del otro lado de la calle -la única que servía en cinco cuadras-, vislumbré la silueta de Axer en el asiento de atrás; advertí que iba con el codo pegado a la puerta, la mano sobre la quijada y el rostro fijo en la ventana.
Casi llegué a creer que podía verme a través de la cortina.
Escuché el auto estacionarse al frente, y me preparé para lo que estaba a punto de acontecer.
La noche de mi vida, sin duda.
Según el espejo de mi alcoba, me veía sensual y peligrosa. Mis piernas contrastaban su palidez con el negro de la malla que escogí ponerme, debajo de estas hasta la pantorrilla estaba enfundada con unas botas de cuero y tacón fino que me aportaban altura y elegancia. Tenía la misma falda corta que me puse para ir a visitar a Soto, había pasado a ser mi favorita desde que sus manos la levantaron para acceder a mi desnudez.
Solo recordar sus manos, cómo lentamente sucumbían a la tentación que yo le provocaba, o el roce pasional de su lengua en cada nueva lamida, o las sensaciones que había sido capaz de despertar con sus dedos en mi húmedo interior...
Tuve que cerrar los ojos y tomar una profunda respiración. Me había sonrojado hasta las orejas solo recordando, no quería imaginar qué sucedería cuando él me volviera a tocar.
Arreglé mis hebras de cabello azulado dejándolo caer como una cortina detrás de mis hombros, una táctica para que no interrumpiera la vista de mi top, y me puse los lentes que adorné con pequeñas plumas negras para finalizar mi disfraz junto a las orejas de gato en mi cintillo.
Según yo, era la versión prostituta de Gatubela.
Al abrir la puerta de la entrada de mi casa, me quedé tan embobada por la visión privilegiada de mis mundanos ojos, que no me habría sorprendido que me dijeran que estaba chorreando baba hasta los talones.
Axer Frey sabía lo malditamente bueno que estaba y se aprovechaba de la situación. Pudiendo ponerse cualquier disfraz, como el de un político bigotudo o el de un saco de papas, escogió vestir como la personificación de mis fantasías más perversas.
Llevaba una camisa aguamarina ceñida a su pecho que no dejaba nada de trabajo a mi infame imaginación porque marcaba cada curva, cada músculo de su cuerpo. Casi podía contarle los cuadritos del abdomen desde mi distancia.
Encima de la camisa, llevaba una bata blanca abierta con un par de prendedores en cada bolsillo; uno lo identificaba como miembro de Frey's empire, y el otro como Sr. Frey. En las manos llevaba guantes de látex azul, y alrededor de los hombros un estetoscopio cromado. No usaba tapabocas, pero finalizaba su disfraz con los lentes de montura cuadrada que tanto me enloquecían.