58: La coronación del peón

59.8K 6.5K 9.3K
                                    

Sinaí

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sinaí

Despertar al lado de Axer Frey semidesnudo, cubierta solo con una camisa suya —porque, claro, lo último que me había pasado por la mente al aceptar su invitación a cenar es que acabaríamos bañándonos juntos, por lo que no llevé ropa extra para la ocasión—, y que ese Axer Frey fuese también, de alguna forma abstracta y forzada, mi novio, era demasiado surrealista para mi pesimista imaginación.

De hecho, si hubiese amanecido en cualquier otro lugar, sin duda habría pensado que todo fue un sueño. Pero fue real.

No solo habíamos tenido sexo, nos besamos por primera vez desde que las blancas dieron el primer paso que desató el juego en el que entonces seguíamos enredados, buscando estrategias para ganarle al otro sin tener que dejar de jugar jamás. Y vaya beso, para ser el primero. No dejó cabida a malas calificaciones. Y, por si fuera poco, en algún punto de la noche, aunque los dos coincidimos en dormir cada cual a un extremo de la cama volteando hacia lugares opuestos, nuestras manos se encontraron a mitad del colchón, nuestros dedos tan próximos que algunos se rozaban.

Me levanté y me quedé mirando a Axer, porque seguía sin poder creer lo que vivía. La curvatura de su espalda, el trabajo detallado de sus músculos relajados, el desastre seductor de su cabello despeinado por la almohada. Era una imagen a la que estaba dispuesta a rezarle todas las mañanas.

Pero no iba a decírselo.

—Axer... —susurré, vacilando con mis dedos cerca de su piel, dudando sobre tocarlo.

—¿Humm?

—Debo ir al colegio.

Él se estiró hasta alcanzar su teléfono de la mesita de noche para poder mirar en la pantalla la hora, con un ojo entreabierto por el brillo y el otro cerrado por el sueño.

—Son las cinco de la mañana, Sinaí. En Rusia te colgarían por despertarme a esta hora.

Avergonzada hasta las orejas, abrí mis ojos con desmesura mientras mi cara encendida revelaba mi estado.

—¿En Rusia cuelgan personas? —pregunté casi balbuceando de nervios.

Axer me miró aguantando la risa de manera muy poco disimulada. En ese instante no estaba segura de si quería golpearlo con la almohada o con mis labios.

—¡Es en serio, Axer! —Me quejé—. Tengo que ir a mi casa a cambiarme. No tengo mi uniforme aquí.

—¿Dónde venden tu uniforme?

—¡Axer, por Dios! —Hice ademán de pegarle un manotón en el hombro, pero por suerte recordé que teníamos culturas distintas. Lo que en Venezuela es un juego de panas para él podía ser violencia doméstica—. Tengo que ir a mi casa algún día, tu familia llegará de donde quiera que estén y yo necesito cepillarme.

Nerd: obsesión enfermiza [Libro 1 y 2, COMPLETOS] [Ya en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora