42: Dilema Frey

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Axer

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Axer

Su gato de Schrödinger ahora descansaba con su madre. Si parpadeaba, todavía podía ver la versión más agitada y suplicante de ella, podía repetir sus gritos y obscenidades en su cabeza, volvía a evocar su olor, la sensación de su boca húmeda y su lengua traviesa limpiando el desastre que dejó la lujuria que sentía por ella.

Y eso lo contrariaba, lo llenaba de una ira contra sí mismo que no era capaz de canalizar en nada positivo.

Porque, una parte de él quería encerrarse con su gato en una caja a jugar por meses, hasta mostrarle todo, hasta hacerle" de todo, hasta que uno de los dos se rindiera de placer ante el otro.

La otra, le decía: «Si sigues jugando con ella, vas a retroceder. Si retrocedes, lo pierdes todo. Si retrocedes, pierdes».

Y contra eso no podía luchar.

El problema de tener clara qué decisión debía tomar, era que también sabía cuál quería escoger. Y era a ella.

Era el motivo por el que debía renunciar a su debilidad. Ella lo estaba enfermando, entraba en su mente como un parásito, dañándolo hasta perjudicar sus movidas sobre el tablero. Manipulaba sus acciones hasta hacerlo sentir indefenso a sus pies.

Él solo podía analizar en qué punto había fallado, dónde dio cabida al peón para avanzar y transformarse en la dama del juego, cuando la mano terminaba ya. Cuando estaba lejos del efecto de ella.

Era una fiebre recurrente en su piel; ella no sabía nada de él y a pesar de eso sabía cómo dominar sus acciones, sabotear sus estrategias, debilitar sus defensas. Era malditamente lista, el único tipo de sensualidad al que Axer no podía resistirse.

Por ello, tenía que parar. Ser profesional, continuar con su proyecto sin involucrarse más con el gato en la caja.

Pero empezaría a la mañana siguiente, ya esa madrugada había metido la pata, mejor meterla completa.

Iba solo en el carro, a Linguini lo había ido a recoger otro de los chóferes de la familia. Axer no quería compartir las confidencias del auto, ni profanar los secretos que guardaban esos asientos.

Levantó el teléfono y llamó al contacto que guardaba como «Schrödinger».

Repicó tres veces antes de que la chica atendiera.

—¿Hmmm? —preguntó adormilada.

En un momento de debilidad, Axer se imaginó junto a ella, mirándola recién levantada con el cabello hecho un desastre. Revivió las sensaciones que lo arroparon en aquella siesta juntos, la debilidad que sentía al tenerla tan cerca, el poder que experimentó cuando, tomándola de la muñeca, impidió que lo tocara; y lo contrariado que estuvo al disfrutar de su propia vulnerabilidad mientras los dedos de ella en su cabeza domaban todos sus pretextos y negativas.

Nerd: obsesión enfermiza [Libro 1 y 2, COMPLETOS] [Ya en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora