12: La primera piedra

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Soto

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Soto


«Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra».

El mantra de Soto.

Él mismo podía reconocer que era un criminal. Salvaba mujeres y niñas de los lobos disfrazados de ovejas que podían devorarlas, pero cometía muchos crímenes en el camino. Y no se arrepentía, porque solo Dios, su Dios, podía juzgarlo.

Y, al final, su fin justificaba los medios.

Pero lo que le había hecho a su amiga le importaba aún menos que el resto de sus fechorías.

De alguna forma le dolía despertar y darse cuenta del daño que le había hecho, pero sentía que el motivo era una estupidez y que, de hecho, ella no tenía un techo precisamente sólido para ponerse a lanzar piedras al de él. No era nadie para tirar la primera piedra, pero le lanzaba toda una artillería completa como si él fuese la personificación de Satanás en su vida.

Y ahí estaba, besando a Axer delante de toda la clase con la actitud posesiva que solo una novia puede demostrar.

Soto supo que lo hizo para molestarlo, para herirlo.

Pero a Soto no le importó, no como pensó que ella esperaba que le afectara. Porque por mucho que él deseara a Axer y no a ella, por mucho que le ardiera de disgusto verlos besarse, en realidad estaba mucho más enfocado en otras cosas como para dejar que eso le afectara más de unos segundos.

Cuando ella se sentó, el muchacho aprovechó un momento de distracción para ocupar el asiento vacío a su lado justo cuando el chico al otro lado se inclinaba hacia Sina para decirle, en tono de coqueteo:

—Oye... ¿y de qué liceo vienes tú?

—De Hogwarts —respondió Soto interponiéndose, lo cual el extraño recibió volviendo a su posición original y la vista hacia la profesora.

—Tú quieres que te golpee, definitivamente —espetó Sinaí mirando a Soto con un juramento agresivo en la mirada.

Su cabello azulado estaba recogido en una coleta despreocupada de la que escapaban un par de mechones, con unas orejas de gatito. Llevaba un suéter negro encima del uniforme, pero había cambiado tanto como persona que ya no lo usaba para esconderse de los demás, sino como un complemento a juego con su estilo oscuro, el delineado pronunciado y la gargantilla.

Aquella vez que Soto le insinuó que gracias a él se había convertido en esa mejor versión de sí misma, hasta él comprendía que había sido un payaso. Ella cambió por supervivencia y aceptación propia, no porque un imbécil de turno le rompiera el corazón. Pero en el calor del momento dijo lo primero que se le ocurrió para apelar a la posibilidad del perdón.

Nerd: obsesión enfermiza [Libro 1 y 2, COMPLETOS] [Ya en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora