Sinaí Ferreira no debió haber interferido en los secretos de los Frey; por desgracia, se obsesionó locamente con uno de ellos, y haría cualquier cosa para conseguirlo.
Ruso. Peligrosamente atractivo. Un prodigio. Adicto a revivir personas. Axer Frey...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Sinaí Ferreira
Cuando regresé al liceo, no hubo una mirada que no estuviese puesta en mí.
Era el primer día después de las vacaciones de Navidad y todos los estudiantes habíamos sido convocados en el patio central para una reunión informativa. No había que ir uniformados, así que aproveché la oportunidad.
Me había puesto un jean holgado de cintura alta y cinturón ancho, con una camisa negra atada para hacerla pasar como un top. Pero eso no era lo llamativo, tampoco mi cabello azulado recogido en una cola que dejaba lucirse la gargantilla negra en mi cuello, sino las cinco grandes y espectaculares letras rojas en mi camisa que formaban la palabra «PERRA».
María y Soto estaban juntos, y mientras uno me miraba con descaro, la otra evitaba hacerlo, aprovechando solo algunas oportunidades para estudiarme con disimulo.
Axer también estaba ahí, solo que un poco apartado del resto y apoyado en la estatua central, con las manos en los bolsillos y la cabeza ladeada. A pesar de la distancia, casi podía adivinar su mirada al otro lado del cristal de sus lentes.
Me mantuve al margen, recostada de uno de los postes frente a los salones para escuchar los anuncios de la directora para el nuevo lapso escolar.
Y estando ahí, sola, tuve que recordarme lo que esa mañana vi en el espejo, lo hermosa que me sentí, lo bien que se me daba caminar con mis botines. Tuve que recordármelo para alzar el mentón y convencerme de que todas las miradas hacia mí eran de admiración o de envidia, pero jamás de burla. Ya no.
La oportunidad de desaparecer surgió demasiado al azar, pero tomarla fue la mejor decisión de mi vida. De la iglesia a la que asistía mi madre salía un autobús para un campamento cristiano. A mi madre y a mí no nos importaba en lo absoluto el retiro espiritual, pero el viaje gratuito al otro lado del país era la oportunidad que nos hacía falta para desaparecer y tomar unas vacaciones navideñas como familia, como amigas.
Alejarme de todo lo que me recordaba a Soto y a María sirvió de mucho a mi paz mental, y rodearme de nuevas personas que desconocían mi pasado asocial ayudó a mi seguridad y autoestima. Porque me di cuenta de que yo era una persona atractiva a la que otros querían acercarse, que no me costaba tanto entablar una conversación cuando no estaba tan asustada por meter la pata, que había más personas con mis intereses y que lo extrovertida que podía llegar a ser, sobretodo en fiestas, hacía que otros quisieran rodearse de mí.
Así que pasé los mejores fines de semana en las mejores discotecas, pagando siempre en efectivo para impedir que Axer hiciera como con mi teléfono en el pasado y averiguara mi paradero. Pero no bebí nada, porque empecé a ir a terapia online y mi psicóloga me recetó una medicación que no debía mezclar con alcohol.