Sinaí Ferreira no debió haber interferido en los secretos de los Frey; por desgracia, se obsesionó locamente con uno de ellos, y haría cualquier cosa para conseguirlo.
Ruso. Peligrosamente atractivo. Un prodigio. Adicto a revivir personas. Axer Frey...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
SINAÍ
Cuando terminamos de arreglarnos de verdad parecíamos una pareja de un cuento de hadas. Mi cabello azulado estaba suelto a mi espalda, con una diadema de pedrería alrededor de la frente.
Axer me tomó del brazo con galantería. Nadie podía decir que no al príncipe encantado, impecable, hermoso como si el mismo sol hubiese escogido sus facciones; pero sin importar cuántos disfraces se probara, nada borraba el aura de villano que desbordaban sus ojos cada vez que me miraba.
Mi escolta me llevó al auditorio donde las sillas del auditorio habían sido removidas y solo quedaba a la vista la mesa de snacks y la decoración.
En la tarima, donde antes Axer había hecho su prueba, ahora estaba una orquesta que combinaba instrumentos de cuerda, piano y percusión, animando la fiesta como solo había visto suceder en memorables eventos televisados, o descritos en libros.
Mientras Axer hablaba con uno de sus mentores que lo felicitaba con entusiasmo, me acerqué a una de las mesas para disfrutar de los bocadillos disponibles.
Dice la Biblia que es mejor arrepentirse de lo que se vomita que de lo que no se come.
Así que uno a uno fui probando los tequeños con distintos rellenos, los panes cortados en triángulo con diablito, las salchichas con salsa rosa y las empanaditas de carne molida.
Qué irónico que entre tanto diplomático y extranjero, celebraran respetando la gastronomía venezolana. Solo faltaban las arepas.
Había una nevera de refrescos de acceso libre, así que la abrí para escoger alguna malta con la cual pasar los pastelitos, pero justo en ese momento me vibró el teléfono que había escondido en mi escote para no cometer la vulgaridad de llevar mi bolso descombinado encima.
Saqué mi teléfono, rogando por que nadie hubiese notado cómo me metí la mano en el escote y que no pensaran que me estaba guardando comida ahí.
Antes de contestar ya había visto que era una llamada de María.
Y yo que todavía guardaba la esperanza de que fuese Soto.
Respiré hondo y decidí contestarle a mi amiga como se debe.
—¡Amiga! —contesté emocionada—. ¡Si te contara dónde estoy!
—¿En Las Vegas? Dime que no estás en Las Vegas sin mí, porque te juro que te mato.
—No, tonta. Mejor.
—A ver...
—Te cuento después. Nos hace falta vernos para ponernos al día con muchas cosas.