Sinaí Ferreira no debió haber interferido en los secretos de los Frey; por desgracia, se obsesionó locamente con uno de ellos, y haría cualquier cosa para conseguirlo.
Ruso. Peligrosamente atractivo. Un prodigio. Adicto a revivir personas. Axer Frey...
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Sinaí
Despertar en su cama fue como sumergirme en un segundo sueño. Parecía que había sido ayer cuando ese desaliñado fragmento de mi identidad se cruzó con él en el patio escolar el primer día de clases, observándolo a lo lejos como el resto de los seres a su alrededor, incapaces de acercarnos.
Empezaba a pensar que el tiempo se había detenido en aquella caída sobre la libreta de la hermana de Julio, en aquella humillación que lo quebró todo. Imaginaba que mi mente había creado esa versión de Axer para afrontar que nadie se acercó a defenderme, y que a partir de ahí había seguido creando ilusiones en las que nos encontrábamos y perseguíamos de manera enfermiza, solo como un medio de defensa ante la realidad de que nadie jamás se fijaría en mí.
Así que, siguiendo esa línea de razonamiento, yo seguía tirada en el pasillo sobre la libreta y el jugo, aguantando insultos mientras mi cerebro divagaba en un mundo ideado por mi inconsciente. Y pronto despertaría, condenada a volver a vivir lo que Julio y sus amigos me harían.
Pero no era así. Estaba mal de la cabeza, pero no tanto. Axer Frey existía, y la atracción que sentía por él era tan real que me lastimaba cada poro de mi piel con solo imaginarlo. Tenerlo cerca, a su versión tangible y no a la que reproducía mi cabeza cuando estaba sola, provocaba en mí un martirio de necesidad tan intenso que solo podía compararlo con lo que relataban las novelas de vampiros, solo que yo me sentía como la el demonio hambriento y no como la humana. Igualaba mi situación a esa sed que te quema y atenaza tu garganta, esa posición de victimario que ha reconocido su condición y se niega a renunciar a su caza, por muy mal vista que esté.
Vivía en completa certeza de que el peligro podía traducirse en la presencia de Axer, lo que no terminaba de discernir era quién de los dos era el que debía escapar.
Mientras me enderezaba en la cama y limpiaba mis lagrimales de todo rastro de lagañas, la personificación de mi perversión mental entró en el cuarto con una bandeja en las manos.
Ni siquiera me fijé en lo que había en el plato, para mí el que estaba servido era él, con un mono holgado y una camisa blanca con apenas dos botones abrochados al azar. Jamás lo había visto vestir tan informal y despreocupado, con su cabello despeinado de manera tan sexy que... Casi parecía que acabábamos de salir de un polvo...
«¿Y si acabamos de cojer y no me acuerdo? Si eso pasó me mato. Necesito poder acordarme de las longitudes y dimensiones de su...».
-¿Tú y yo ya...? -corraspeé, traté de fingir que lo hice por mi voz ronca de recién despertada y no por la vergüenza que me daba hacer la siguiente pregunta. Tuve que disfrazarla-. ¿Ya te cobraste lo que te debo?
Serio, él negó con la cabeza. Lo hizo mientras me miraba directo a los ojos sin tregua, vaciando mis pulmones en una sensación opresiva similar a la asfixia.