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 En cierta ocasión,  con la llegada de un grupo de comerciantes, el calor también lo hizo.  Noté que gran parte de quienes  viajaban  se unían a ser parte  del público que observaba lo que hacía.  Entre ellos  había una chica que resaltaba  entre muchas   y opacaba a otras tantas.  Era la primera vez que la veía,  aquella larga y oscura cabellera  se movía con el vaivén de las brisas de verano, esos pequeños y castaños ojos lograban brillar  de alguna manera con la poca luz de sol que quedaba del Atardecer. Su blanca piel se escondía en aquel vestido color olivo de mangas largas, era la única chica entre todas que  llevaba un vestido de ese estilo y con ese tono verdoso.  

Debo admitir que desde el primer instante en que la vi me pareció una chica realmente hermosa,  notablemente  relucían sus redondas  y tersas mejillas que junto a su radiante y delicada sonrisa convertían a su rostro en una verdadera obra de arte.  obra que incluso los más talentosos pintores de esta época no podrían igualar. 

Aún no lo sabía pero a medida que los días transcurrían  empecé a comportarme raro en las ocasiones se hallaba cerca mío. En el momento en que la veía, mi mundo   tomaba un tono más brillante  como los matices del ocaso  que se reflejaban en sus ojos con cada puesta de sol. Una semana después de su llegada al pueblo me  enteré que los comerciantes empezarían su viaje de retorno al amanecer.  Me entristeció  mucho la noticia, pensaba que viajaría junto a ellos y que no la volvería a ver nunca más. No obstante, para sorpresa mía,  me alegró volverla a ver aquella tarde, tan sonriente como la primera vez. Siempre me encantaba notar que reía con cada broma que hacía, incluso de aquellas sátiras que a todos no  agradaban.  Cuando  tomaba el laúd y lo unía a mi interpretación lo disfrutaba incluso más. Estoy casi seguro de haberla visto  bailar al ritmo de las cuerdas entre todos los pueblerinos; aquello hacía más cálido mi corazón.   Confieso que  varias veces  llegué a sonrojarme  al fijarme que sus ojos se centraban en mí,  o más bien,  en lo que hacía. Nunca dejó de emocionarme ver cómo podía brillar  entre todos a su alrededor con tan solo sonreír y bailar, incluso si el sol se había esfumado. 

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora