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Ya habían pasado  dos semanas desde que  llegó en aquella caravana y,   hasta aquel entonces, seguía sin saber su nombre ni dónde vivía.  Tal vez la intriga de no saber nada acerca de ella era lo que más me atraía. Dentro de  ese lapso de tiempo confirmé que se divertía  más cuando utilizaba el  laúd, por lo que decidí hacer toda mi presentación con la ayuda de éste.  Comencé a recordar las canciones que me enseñó el trovador para así variar de canciones.  Aquella decisión fue un éxito y a ella le encantó,  sus brillantes ojos y su sonrisa me lo confirmaban con creces. Sin embargo esta decisión no fue  bien tomada  por  ciertos locales,  lo supe gracias a sus abucheos e insultos, pero eso no me afectó en lo absoluto, mientras hacía feliz a la chica del vestido olivo todo estaba bien. Aquel día, cuando ya estaba preparando mis cosas para irme  a descansar, la veo  aplaudir eufóricamente  y caminando lentamente hacia mi dirección. Me quedé perplejo y no supe mucho que hacer en ese momento.  En ello me preguntó si conocía a un trovador y me dio una breve descripción de su apariencia. Cuando me di cuenta que me hablaba del chico que conocí tiempo atrás le respondí que sí.  Me dijo que había reconocido una de las canciones que había tocado, la cual  pertenece al repertorio de este hábil artista y sobre todo reconoció las marcas características que poseía el laúd.

Debo admitir que desde el primer día que la vi en el público estuvo en mis planes hablarle pero  no tenía el valor suficiente para acercármele, pero cuando menos lo esperaba ya me encontraba dialogando con ella de música, de pinturas e incluso de las cotidianidades de por aquí. Nos la pasamos conversando de aquello y demás durante un rato hasta que, de manera súbita, comenzó a oscurecer rápidamente. Eso me entristeció, pero ese sentimiento desapareció cuando dijo: “ya está oscureciendo, debo irme. Me divertí charlando  contigo, te veo mañana”. Tomé mis cosas y me dirigí en sentido contrario a ella. Tenía que llegar rápido a la casa de los ancianos, ellos solían dormir al momento que el sol se ocultaba, así que estaban a punto de cerrar la puerta. Afortunadamente pude ingresar a descansar. Aunque aquello fue lo último que hice, el sueño aquella noche desapareció. Me pasé horas recordando lo que había pasado luego de mi presentación e imaginaba todo lo que me gustaría que pasara en junto a la chica del vestido olivo. No sabía su nombre, su edad o su procedencia. No sabía sus gustos, sus hábitos ni sus manías y no saber aquello me intrigaba. Quería conocerla, eso era lo único que tenía en claro. Era consciente de mi ignorancia frente  a ella  pero algo me decía que nos íbamos a llevar muy bien. Afortunadamente, no me equivoqué.

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora