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Comencé a recorrer el lugar, era algo grande la verdad,  aunque solo habían alrededor de unas 20 o 30 casas. Las extensas zonas de cultivos hacían de esta pequeña localidad un lugar de comercio y producción ante otros reinos aledaños, de esta manera sostenían su economía y cada familia se mantenía en pie.

Al haber gastado mis últimos ahorros con el viaje, me fue muy difícil todo. No comí durante 3 días, no tenía nada con lo que intercambiar un poco de pan. Me hubiera gustado preocuparme únicamente  por comer, pero lamentablemente no fue así. No tenía un techo ni una cama donde descansar. Dormía en el portal de  las casas aledañas y el frío era bastante intenso en ocasiones.  Además, debía despertarme temprano, mucho antes del amanecer.  A nadie le gustaba encontrarse a un tipo desaliñado junto a su puerta recostado ni bien salían de sus casas.  

A veces extrañaba los lujos del castillo, pero tampoco debía quejarme. El tipo de vida vagabunda ya la había experimentado tiempo atrás cuando de niño daba mis primeras presentaciones en la plaza Bartolomé. Aunque  el hambre escaseaba un poco menos en aquel entonces.

Tras la primera semana de vivir  por allí  solo bebía agua del río y recolectaba las  bayas que se encontraban a las afueras del pueblo. Fue de esa manera que pude mantenerme en pie un par de días más. La monotonía se comenzaba a volver parte de mi rutina y eso me estaba empezando a disgustar bastante. Tenía que hacer algo para cambiarlo.

Para poner un poco el contexto, este pueblo era tan pequeño que ni siquiera tenía un lugar destinado para un mercado, todos se ocupaban por sus sembríos y por sus animales. Los comerciantes iban de casa en casa comprando animales o frutas para luego llevarlas a otros lugares.  Durante mi primera semana pude darme cuenta que no había un bufón por aquí,  así que pensé que podría ganar popularidad fácilmente entre los pobladores y probablemente iba a ganar algo para sobrevivir los siguientes días. Vaya error aquel.

Al no existir una manera en la que reunir a todos en un lugar y presentarles mi monólogo, comencé a ir de puerta en puerta en búsqueda de algo de comida o  con mucha suerte algo de dinero. Me presentaba ante todos con la propuesta “una fruta por una sonrisa”. Pensaba que iba a tener buena acogida para así conseguir algo más que un par de bayas. Pero no fue así.

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora