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Las flores y las hojas de los secos árboles volvían a embellecer la pequeña comunidad, era evidente el retorno de la colorida primavera.  Aunque muchas plantas surgen en esta época, otras no tienen la misma suerte y en  esta estación es donde marchitan y vuelven al suelo. Tristemente ese fue el destino de los  Khattab que se enfermaron de una fuerte gripe y debido a su longeva edad fallecieron rápidamente. Sus plantaciones, sus animales y su pequeña casa me la heredaron. No tenían familiares cercanos y nunca tuvieron hijos por lo que sus pertenencias no tendrían uso alguno después de su inminente deceso. Fue un acto de solidaridad ante este pequeño bromista al que ya habían brindado por un buen tiempo un techo para dormir cuando no tenía nada. Sin duda,  les volveré a agradecer cuando nos volvamos a encontrar cara a cara, solo espero que no se enojen por lo que le paso a su casa... Por ahora, se encuentran sepultados en las afueras de la ciudad cerca de un árbol de naranjos, su fruta favorita. Ojalá cuando fallezca sea enterrado por allí, cerca de ellos, aunque lo más probable es que mi cuerpo termine en otro paradero.

Hasta ese entonces, me veía solo un par de horas al día con la chica del vestido olivo, de las cuales nunca me quejaba. Ella al enterarse de la muerte de los Khattab me ayudó a sobrellevar el luto mucho mejor, su compañía aligeraba cualquier carga que pudiera surgir.

Seguíamos viviendo en casas separadas, lo cual no estaba mal, pero consideraba que tal vez ya era tiempo de llevar nuestra relación hacia el matrimonio y de esta manera empezar a vivir juntos, como esposos. Empecé a  realizar pequeños trabajos para los habitantes del lugar por la mañana para reunir lo necesario para el anillo de compromiso. Fueron cuatro meses de arduo trabajo en  las que mis manos se tornaron ásperas y mi piel se bronceó por el sol. ¿Qué hice esos cuatro meses? Varias cosas en realidad, una peor pagada que la otra. Alimentar ovejas, recoger frutas, limpiar excrementos, entre otros fue lo que tuve que hacer para ahorrar lo suficiente para poder pedir su mano. Por otro lado, todo ese tiempo la chica de los olivos notaba como mis manos estaban lastimadas en ocasiones, tuve que mentir al decirle que era por el cuidado de las ovejas y vacas de la casa. Dudó un poco de mí, pero lo terminó aceptando. Las pláticas que teníamos antes del atardecer, después de mí presentación, era definitivamente lo mejor del día, me brindaba las energías suficientes para esforzarme el día siguiente. Aquellos inesperados y tiernos  besos,  abrazos o caricias me alegraban y ponían mis ánimos al máximo,  valían la pena después de un duro día de trabajo. La chica del vestido olivo hacía valer cada día.

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora