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Los nervios me devoraban, las manos me sudaban,  verla leer lentamente solo empeoraba las cosas. La intriga me invadió al no saber qué era lo que  expresaba mientras leía. El sol  se encontraba a sus espaldas y su larga cabellera cubría su  rostro. Sin duda alguna ese fue el minuto más largo de mi vida,  los nervios  no ayudaban en nada. Cuando terminó de revisar la carta la dejó a un lado, cubrió su cara con ambas manos y se quedó en silencio un momento. No sabía que estaba pasando, pensé que estaba  a punto de llorar o algo por ese estilo pero, contrario a lo que esperaba, de manera súbita  empezó a reír, no entendía por qué lo hacía pero ya estaba listo para recibir la respuesta que seguramente hubiera condenado nuestra relación, o más bien amistad. Aunque afortunadamente  su respuesta fue distinta a lo que ya esperaba: “Pensé que nunca lo ibas a hacer. Y sí, acepto serlo. Si quisiera ser tu novia”.  Ésto me lo dijo  entre risas, lo cual me desconcertó totalmente. No voy a negar que en aquel punto seguía sin asimilarlo, pero estaba pasando. La chica del vestido olivo había aceptado estar conmigo. Aquello me tuvo sonriendo durante mucho, mucho tiempo. Me acerqué hacia ella y junté  su mano con la mía.  Por primera vez, hasta ese entonces, fui consciente de lo extraordinario que puede ser lo ordinario, de lo que mucho que se puede transmitir con tan poco: de lo que el amor puede causar. Estuvimos así, en silencio, disfrutando estar junto al otro durante varios minutos. Antes de que el sol se ocultara tomé mi laúd, respiré hondo y empecé a interpretar la última  canción que el trovador me enseñó antes de irse. Esta canción se la iba a dedicar a su esposa pero fue asesinada con la toma del castillo. Entre lágrimas me deseó lo mejor y me dijo que debía interpretarla en memoria de su prometida a quien yo realmente amase; no lo defraudé.   Con cada verso recitado veía como su sonrisa aumentaba y sus blancas mejillas  se coloreaban tiernamente;  el arrebol de  la tarde la  hacía ver más hermosa en aquella ocasión.  Luego de haberle cantado,  se levantó de golpe y me abrazó con fuerzas. Por primera vez, su aroma se fusionó con el mío, se tornó en una fragancia especial. Se podía percibir como se juntó su extravagancia con mi cómica personalidad; se podía respirar a un par de jóvenes dispuestos a amar. Y, como si de un cuento se tratase,  antes de que la luz del sol se esfumase sellamos nuestro juvenil romance con un beso, los gorriones que silbaban entre los olivos ambientaron con gran dulzura este tierna escena

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora