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El tiempo se esfumaba  con rapidez y sabía que si continuaba manteniendo   en secreto mis sentimientos hacia ella  podía considerarme únicamente un amigo, eso me hubiera devastado no lo voy a negar. Si bien nada estaba claro,  tuve mucha incertidumbre al principio sobre si lo que yo sentía  era recíproco o si,  por el contrario, la única persona que sentía algo por la otra era solo  yo. Nunca lo iba a  averiguar si  continuaba  dejando que mi timidez gobernara y aunque los nervios me consumían vivo, debía actuar.

Un día como cualquiera, le propuse que nos viéramos  en las colinas del oeste, junto al manzano que se encontraba en lo alto, cerca del molino de trigo.  Le planteé que nos encontráramos dos horas antes del atardecer y que, por esa ocasión,  no nos toparíamos luego de mi espectáculo, pues no realizaría mi monólogo como era costumbre ya que  “tenía pendientes que resolver”. Afortunadamente aceptó  mi invitación.

Nunca se lo dije pero  la noche anterior a nuestro encuentro me costó mucho dormir, no dejaba de pensar en lo que podría pasar. Todo era posible y es por eso mismo que no encontraba paz entre mis cobijas. La ansiedad me consumía, seguía sin decidir si era buena idea confesarle mis sentimientos o si era mejor guardarlos dentro de mi… pero finalmente tomé valor y decidí contarle de todas maneras. No  recuerdo en qué momento me quedé dormido, pero era consciente que fueron escasas mis horas de sueño.

Al amanecer, mi apetito se esfumó pero mi ansiedad se mantuvo igual o incluso empeoró.  Me mantuve un tiempo sin salir de mi cama, no sabía que hacer.  Dentro de todo, consideré no tan mala idea empezar a escribirle una pequeña carta. Sabía que si mi actitud se mantenía igual hasta el atardecer era probable que no encontraría las palabras correctas y consecuentemente todo empeoraría. Afortunadamente, la Señora Tiziana mantenía un pergamino vacío y el Señor Amir había conseguido un poco de tinta hace un par de semanas para realizar ciertos apuntes. Fueron amables al prestarme ambos lo necesario para realizar  mi cometido.

Al sentarme en mi escritorio, empapando la pluma y abriendo el pergamino, noté de manera especial como las eternas horas de la mañana se desvanecieron en un santiamén cuando mi corazón expresaba tiernamente lo que sentía mientras creaba  este manuscrito. Cuando terminé de escribir, salí con cierta prisa a buscar a la chica del vestido olivo, quería visitarla.  Más de una vez me comentó que pasaba sus mañanas por la parte sur del poblado, cerca de uno de los pozos que había por aquí. No fue difícil encontrarla, afortunadamente se encontraba en el mismo lugar que me decía que pasaba sus mañanas. Vestía un largo vestido color café con unas pequeñas mangas color blanco, era la primera vez que la veía usarlo, su cabello, como era costumbre, se mantenía suelto y voluminoso el cual descendía hasta su cintura. Nunca había ido hacia la parte sur del pueblo, ahí se encontraban una gran cantidad de  árboles de olivos, ella estaba se encontraba ahí, recostada a los pies de uno. Me arrepiento de no haber recorrido ese lado de la comunidad desde el momento en que llegué, tenía unos paisajes muy bellos, se podía ver al pueblo en su totalidad. Se lograban ver las pocas casas y los grandes terrenos de cultivos. Cuando me acerqué, fui a recordarle nuestro encuentro. Reconozco que no era necesario, pero mis nervios me ganaron y  me obligaron  a hacerlo. Fue inevitable no sonreír con su respuesta cuando le mencioné de vuelta mi invitación y me dijo que no la había olvidado. Es más, también se encontraba emocionada por que la tarde llegara.

Cuando me despedí de ella y me alejé de allí mantuve una sonrisa durante todo el camino a casa. Incluso el señor Amir la notó y bromeó diciendo que si aquella sonrisa era por amor. Y sí, en efecto así era…

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora