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En el momento en que salimos no entendía nada porque  mi amada no dejaba de gritarle a un hombre mayor que vestía finas prendas y llevaba consigo una corona. Detrás de él estaban casi una docena de carruajes con caballeros que usaban armaduras y espada y además se encontraban a un costado los dos borrachos que me topé en la cantina tiempo atrás. Aunque claramente esto sería más que suficiente para saber que se trataba de un rey quien nos había visitado, en aquel instante no logré concebir aquella  idea y mucho menos entendía porque aquel par de alcoholicos se encontraban tan cerca de la majestad pero cuando escuche que mi amada lo llamó papá a aquel hombre comprendí  un poco sobre el problema que se había formado.
Ambos le pedíamos explicaciones sobre su visita, mi amada se encontraba invadida por la histeria mientras que por mi parte la intriga me comía vivo. Si bien uno de sus plebeyos iba a leer algo escrito en un pergamino, el rey se adelantó  y comenzó a hablar, obligando a todos a mantener silencio. Mi futura esposa no hizo caso y continuó reclamando ante su padre.   Gritos iban y venían pero nada era claro, fue entonces cuando el rey comentó que al finalmente ser encontrada su princesa se consumaría de una vez por todas el matrimonio con el Rey Zaratustra. Mi amada se rehusaba a aquello, fue por esta misma razón que escapó desde un inicio del palacio, incluso me tomó del brazo para intentar huir, pero fue en vano, estábamos rodeados y desarmados. Todo estaba perdido.  Tenía pensado hablar y contarle al rey que su hija y yo estábamos a punto de casarnos, pero antes de poder mencionar algo al respecto, y casi como si fuera por arte de magia, comenzó a decir que estaba totalmente en contra y que no permitiría que un pobre bufón contrajera matrimonio con la heredera al trono.

La incertidumbre que tuve en un inicio comenzaba a tornarse en impotencia e incluso algo de rabia, estuve a punto de golpearlo pero antes de poder moverme ordenó a sus acompañantes a que me encarcelaran y me llevaran a una carroza que tenía varias rejas, una especie de calabozo rodante. A la chica de los olivos la llevaron entre varios guardias a un carruaje lujoso.  Antes de que me llevaran le grité que me explicara al menos cómo supo donde vivíamos. Fue entonces cuando aquel par de demacrados alcohólicos salieron detrás de toda la multitud y confesaron que fueron ellos quienes se dirigieron al reino a contarle sobre el paradero de la princesa perdida. Mi corazón,  mi alma y mi poca valentía se destrozaron cuando dijeron que obtuvieron la información  de mi boca cuando me emborraché aquella noche en la cantina y no dejaba de repetir que me casaría con la mismísima princesa. Todo era mi culpa, debí quedarme en casa esa noche. Debí simplemente guardar un poco mi emoción y sobre todo no debí beber de más para no decir cosas que no hacían falta. 

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora