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Los días transcurrieron y se convirtió en una pequeña rutina platicar a solas con la chica del vestido olivo al finalizar mi pequeña presentación. Jamás se tornó aburrido, todo el tiempo había algo de lo que hablar y, aunque los temas eran los mismos, nunca hubo silencios incómodos. Lo mejor de platicar con ella siempre fueron las bromas y ocurrencias que espontáneamente aparecían de tanto en tanto. Las carcajadas que teníamos era lo que más me gustaba, hacía valer el día en su totalidad. Pasar un rato contigo fue lo mejor que me pudo haber pasado.

Las semanas pasaron y, aunque al principio quise negarlo, sin darme cuenta me fui enamorando de esa larga y calmada cascada, de ese par de ovalados y carismáticos espejos, de esa radiante y espectacular medialuna, de esa tierna y armoniosa melodía. Cuando menos lo esperaba, mis manos temblaban cuando tocaba el laúd, mi corazón palpitaba con rapidez cada vez que la veía sonreír, los nervios se escapaban por mi voz y mi rostro se ruborizaba con notable facilidad. Cada pequeño detalle de su ser se había convertido en lo que más destacaba y recordaba de ella. Se había convertido en parte de mi pensamiento, en el momento más feliz y triste del día, en la razón para despertar con ánimos cada mañana.

No era consciente en aquel momento, pero poco a poco comencé a notar que todas esas canciones y poemas que aludían al amor empezaban a cobrar sentido y ya no eran simplemente palabras que rimaban, sino mucho más. Para ese entonces aún no comprendía que era mi complemento, que era la pieza que faltaba en mi incompleto rompecabezas. Y a pesar de que no sabía que tenía extraviada, me sentía afortunado de haberla hallado. Con mucha seguridad puedo decir que no era una chica normal y eso no me extrañaba, sino todo lo contrario, me encantaba. Para su edad, era muy culta, conocía mucho de literatura, música e incluso de matemáticas, pero destacaba especialmente con la pintura y el dibujo; era una artista en todo esplendor. Escucharla platicar de cualquiera de estos temas me fascinaba, su elocuencia era mágica. Es más, si me hubiera dicho que todo era mentira no me habría dado cuenta y todo pudo haber transcurrido con normalidad. la chica del vestido olivo nunca me dejó de sorprender.

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora