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Los días se iban volando y se notaba con cada ventisca que el horizonte nos obsequiaba. Estábamos a menos de dos meses de ser oficialmente esposos  y la emoción llenaba cada poro de mi ser. Realmente nunca pensé estar tan cerca de aquel día. Si algún hechicero de mala muerte me hubiera dicho que encontraría el amor de mi vida luego de vivir en exilio  en el lugar más recóndito y abandonado, nunca le hubiese creído y posiblemente soltaría una carcajada en su cara. Que equivocado hubiese estado.  Sin duda el mundo da muchas vueltas y casi siempre termina pasando aquello que no tienes en mente. No hay mejor ejemplo que este. Con total seguridad  puedo decir que soy el chico más  afortunado y al mismo tiempo el que tiene la peor suerte de todos. Que irónico, pero el amor es así y aquello es lo que lo hace tan  bello, tan caótico y  tan estremecedor. El amor es aquel brebaje que nos envenena poco a poco, pero a pesar de acercarnos muchas veces a la muerte,  nos hace sentir tan vivos. El amor nos lleva a fallecer con una sonrisa incluso si somos torturados, porque todo enamorado no ve a la muerte como un fin, o una despedida definitiva,  la ve como un simple “hasta luego, amor” donde algún día  volverá a encontrar a su amada y estarán juntos hasta la eternidad. El amor, muchas veces está al alcance de nuestras manos y muchos ni siquiera están dispuestos a estirar el brazo. Tan raro y tan normal, tan complejo y tan simple, tan cuerdo y tan descabellado a la vez ,así es el amor. Ay el amor, el amor, el amor... 

Y así como los días se avecinaban, afortunadamente el dinero también lo hacía. Contrario a lo que se esperaba, este invierno seguía brindando cosechas y todo comenzó a tener más valor. Cada fruta recolectada llegó a aumentar su precio en ciertos reinos hasta el triple. En dos semanas llegué a recolectar el restante del mes completando por fin el dinero para la boda. Era tiempo de festejar. Compre una botella de vino, algunos quesos, varios trozos de pan y un tarro de mermelada. 

Llevamos todo a las colinas y pasamos el día juntos, nos dimos el banquete que nos merecíamos. Simplemente nos olvidamos de nuestras obligaciones por un día y nos dejamos llevar por la emoción. Estábamos a tan solo un paso de casarnos. Al otro día coordinaríamos  el alquiler del salón, viajaríamos al reino más cercano y organizaríamos  la boda con el sacerdote. Todo lo teníamos planeado.

Mientras las horas pasaban y el vino se acababa, noté como las mejillas de mi amada se pintaban un rojo floral y su alegría se intensificaba. El vino había hecho de las suyas y esto se evidenciaba en su torpe pero tierno danzar de mi futura esposa,  en sus risueñas  espontáneas carcajadas, en sus repentinos y dulces besos. 

En lo que veíamos como poco a poco el sol se iba ocultando y el sueño se iba apoderando de mi amada, comenzó a confesarme varias cosas y, fue allí, cuando comencé a entender todos esos silencios y todas esas incoherencias que tiempo atrás  me contó. 

EL IMPRUDENTE BUFÓN Y LA EXTRAVAGANTE PRINCESA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora