1

742 15 0
                                    

Me concentro para escuchar cinco vagones hacia delante. Estoy parada cerca de la puerta en un vagón del metro viendo por el cristal, no hay mucha gente pero todos los asientos están ocupados y hay algunas personas paradas.

Cla, cla, cla, alguien chasquea la lengua bajito (una adulta joven) cinco vagones más adelante. Centro mi oído hacia cuatro vagones delante de mi. Voy vestida con una sudadera azul con la capucha puesta; unos pantalones de mezclilla y tenis cafés que están bastante sucios; me sostengo de un tubo mientas nos balanceamos en un giro.

Cof, cof, una pequeña tos fingida (de un hombre de mediana edad) suena en el cuarto vagón. Me concentro tres vagones más adelante. No me gusta esto, ni siquiera necesito hacer esto pero debo hacerlo si quiero seguir en la manada, aunque no es como si fuera una manada muy unida, al menos no conmigo.

Un suspiro corto y lo suficientemente fuerte para escucharlo con este ruido (de un hombre) viene del tercer vagón. Pongo atención dos vagones hacia delante. Vuelve el pensamiento de huir, dejar de hacer esto, de estar con estas personas; hace algunos meses empezó a formarse realmente el pensamiento de irme, aunque no es la primera vez en mi vida que pienso en escapar de algunas personas en concreto, o de un lugar.

Un bostezo que me suena muy fingido (de una mujer adulta) viene del segundo vagón. Me giro un poco para ver el vagón delante de mí y centro mi oído hacia allá; de paso le hecho una mirada a un hombre de traje y portafolio que también va parado, en la otra puerta del vagón, la más cercana al vagón de enfrente. Ésta estúpida manada no es una manada verdadera, al menos no como creí que debía ser una, eso si puedo dar crédito a las series que pude haber visto alguna vez.

Plop, un muchacho hacia el final del vagón de enfrente hace el sonido del ¡plop! con la boca; está de espaldas a mí, lleva una chaqueta de mezclilla y pantalones negros de mezclilla, lleva una mochila negra, vacía, a la espalda. Desactivo mis super sentido, volviéndolos a lo normal de un humano promedio.

Un hombre de unos cuarenta y tantos años viene caminando por el pasillo (Jaime), gira la cabeza hacia la izquierda y choca el hombro con el hombre de traje; se enredan un poco y Jaime se disculpa, sigue caminando, yo tamborilleo dos veces las uñas en el tubo del que me sujeto. Jaime llega hasta mí y se detiene, estamos en la puerta de su derecha. Le miro directamente a los ojos hasta que el metro se detiene, se abren las puertas y salgo, ya he tomado una desición.
En las escaleras me encuentro con el hombre del traje, aún no se ha dado cuenta de que le faltan su cartera y su esclava de oro.

Después de tres cuartos de hora llego a un parquecito, ya está oscuro. Busco en un escondite mi mochila, allí llevo mis únicas pertenencias que ahora poseo, no son muchas: dos cambios de ropa; cepillo y pasta de dientes; un jabón; una copa menstrual y toallas reutilizables; el cargador de mi celular; una caja de paracetamol, ibuprofeno y loperamida; algo de dinero y una botella de agua y una lata de verdura. Saco la lata y la abro, empiezo a comer, no he comido desde ayer, la vida en la calle es dura y quiero que el dinero me dure lo más posible; además, he durado mucho más tiempo sin comer en el pasado. Me terminó tomando también el agua que trae la lata; me cepillo los dientes y guardo todo, incluido el celular dentro de la mochila. Voy hacia una jardinera que está casi pegada a una pared bastante alta; limpio un poco la tierra que hay entre la pared y el arbusto; me ato los cordones de los tenis dándole un par de vueltas por los tobillos para evitar que me los roben; me quitó el suéter, me pongo la mochila viendo hacia enfrente y vuelvo a ponerme el suéter, no es muy cómodo pero al menos no corro el riesgo de que nadie saque nada. Me meto en el espacio medio escondido de la jardinera y me dispongo a dormir, mañana será un día importante...

una nueva manadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora