manada

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Es tarde, voy en el metro camino a casa, casi no hay gente, tengo hambre y me he perdido la cena (»todo por querer ir a ver las pirámides« me recrimino). Tengo sueño y todo lo que quiero es llegar a casa y dormir. Me bajo una estación antes, hay un negocio de garnachas a unas cuantas calles; camino hasta allá pero el puesto no está. Me desilusiono pero continúo caminando, tal vez en el camino encuentre algún lugar que venda comida, aunque lo dudo. Paso por unas calles oscuras, alguien fundió los focos de los postes, siento desde hace unas calles atrás como si alguien me siguiera, no me preocupa demasiado, se ha mantenido lejos y, de todas formas, soy más ágil y fuerte que una persona promedio, y valla si Carlos no nos hace mantener una buena condición física, así que no me preocupo demasiado.
De un momento a otro siento como alguien me tapa la boca con una mano y me arrastra hacia un lado, me mete en un callejón que está entre dos casas y que no había notado; doy un codazo y varias patadas, me sueltan la cara pero me toman de los brazos sujetandolos detrás de mí, puedo ver cómo otras cuatro personas se acercan, uno de ellos me sujeta la cara y puedo reconocerle: es Jaime.
— Vaya cachorra, veo que has estado bien. ¿Supongo que has encontrado otra manada?
Le doy una patada y trato de soltarme pero, quien quiera que me esté sujetando es más fuerte que yo. Jaime me mira con una sonrisa para después asertarme un puñetazo en el estómago, me doblo por la mitad pero me levanta del cabello para darme un golpe en el rostro, siento el sabor salado de la sangre acumulándose en mi boca y hago algo estúpido, le escupo a la cara, se limpia con el dorso de la mano, en un rápido y doloroso movimiento lleva mi cara a estrellarse con su rodilla; veo como las otras personas se acercan a mí y entonces ya no puedo diferenciar quien golpea que parte de mi cuerpo.
Para cuando terminan estoy tirada en el suelo sintiendo dolor y entumecimiento a partes iguales. Después de un rato que se van logro ponerme de pie entre jadeos y pequeños gritos de dolor, sujeto mi costado derecho con cuidado. Lentamente llego hasta casa, tengo un ojo cerrado y el otro a punto de cerrarse por lo inflamado; atravieso el auditorio, hay algunas personas acostadas que me miran, algunos se levantan pero no les pongo atención, solo puedo pensar en una persona. Estando a unos metros de la habitación de Carlos todo se vuelve borroso de nuevo pero ésta vez mis piernas ya no me pueden sostener, antes de caer por completo al piso todo se va, ya no hay nada.

Despierto por la claridad de la luz que atraviesa mis párpados, aún así los mantengo cerrados intentando dormir, empiezo a sentir dolor en todo el cuerpo y sé que no podré volver a conciliar el sueño, después del dolor lo siguente que noto es el hambre. Abro los ojos, hay una puerta frente a mí, estoy acostada en una cama de sábanas blancas, a mi lado hay alguien que me pasa un mechón de cabello tras la oreja, le miro: es Carlos, me ésta sonriendo un poco, intento devolverle la sonrisa pero no me sale muy bien.
— ¿Cómo te sientes, pequeña?
— Me duele todo.
— ¿Qué fue lo que pasó? - me quedo callada desviando la vista, no quiero que sepa, no quiero que se valla a meter en problemas por mí, ni él ni nadie. — ¿Quién te hizo ésto?
Por suerte llega un doctor y no tengo que desviar su pregunta.
— Hola Dani, soy el doctor Daniel Pérez ¿Cómo te sientes?
— Hola; amh, me duele todo.
— ¿Del 1 al 10, qué tanto dolor sientes?
— 6 o 7. - digo después de pensar un poco.
— ¿Quién fue? ¿Por qué? — pregunta Carlos, se escucha impaciente y enojado. Bajo la mirada pero la vuelvo a levantar cuando habla el doctor Pérez.
— Quién haya sido te dejó muy mal herida, deberías confiar en Carlos, para eso son las manadas.
Abro los ojos todo lo que puedo, ¿Él lo sabe? ¿Cómo lo sabe? Carlos responde a mis preguntas internas.
— Carlos es el médico que a veces pasa por el consultorio en casa.
Vaya, no lo sabía, nunca había tenido que ir al pequeño hospital de casa, solo lo había visitado un par de veces para ver qué podría hacer falta, y había destinado una parte de mis ganancias a que hubiera más material médico.
— Oh, no lo sabía.
El doctor asiente y pasa un medicamento por el suero. Cuando se va Carlos repite su pregunta y yo la evado pidiéndole un poco de agua.
Pasó dos días en el hospital evadiendo las preguntas comprometedoras que Carlos me hace. En la mañana del tercer día me dan el alta, Carlos intenta pagar pero le detengo, tengo suficiente dinero para hacerlo y él, de cierta forma, tiene bajo su cuidado a 9 jóvenes que podrían necesitar ese dinero para algo.
Durante el camino a casa le cuento de la empresa, para evadir responder quién me golpeó. Llegando a casa me lleva en brazos  hasta una camilla del hospital, aunque insistí en que yo podía no me dejó hacerlo, durante el día recibí muchas visitas, todos me preguntaban lo mismo: ¿Qué pasó? ¿Quién fue?, Y a todos les respondía lo mismo: No lo sé, estaba oscuro y no ví casi nada. Para la hora de la comida llegaron casi toda la manada, Anahi y algunos otros amigos que también tenían que ir a la escuela o al trabajo.
Para la noche solamente quedamos Carlos y yo, él se veía con ojeras y muy cansado.
— ¿Quién fue?
Claro, él es el único que me ha insistido tanto, él no se cree que no ví quién lo hizo. Bajo la mirada a mis mano mientras juego con mis dedos. Carlos presiona por encima de su tabique nasal con los dedos de una mano mientras cierra los ojos:
— Daniela me dirás ahora mismo quién lo hizo.
Su voz suena con tanta furia que no estoy segura de no haber lanzado un gimoteo digno de un cachorro, aún así...
— Daniela.
Usa su voz de Líder, trago; se que, creo que no me ordenará que le diga la verdad usando ese poder sobre mí pero no estoy segura; abre los ojos y me mira, bajo la mirada para empezar a hablar:
— Fue Jaime y su manada, la primer manada en la que estuve. Me bajé en una estación antes para buscar algún puesto de comida pero no encontré; decidí llegar caminando pero después de un rato sentí que alguien me seguía pero como no iba cerca lo dejé pasar, entonces me jalaron a un callejón y él se acercó, no sé porque lo hicieron, no me dijeron el porqué, solo me golpearon. Aunque tal vez yo tuve la culpa, o al menos agravé mi situación cuando le escupí en la cara a Jaime. Después de un rato en que uno me sujetaba y los demás me golpeaban, se fueron dejándome tirada.
Carlos me acaricia el cabello y me da un beso en la cabeza, con voz suave dice:
— Tranquila, todo estará bien cariño. - levanto la cabeza para mirarlo a los ojos:
— Por favor Carlos, no hagan nada, no quiero que tú ni nadie de la manda se meta en problemas.
— ¿Sabes en donde podrían estar? - pregunta aún acariciando mi cabello. Una lágrima escurre de mi ojo.
— Por favor, no vallan. No quiero que les pase nada, son muy importantes para mí.
— Tranquila, descansa.
Con un beso en la frente se despide, dejándome sintiendo como una basura por exponerlos a que les pase algo.
Después de lo que parecen eternidades me quedo dormida. Al día siguiente, por la tarde, entra Carlos y me dice:
— Ya no van a volver a molestarte, pequeña.
— ¿Que pasó?
— Tranquila, arreglamos las cosas y lo que te paso no volverá a suceder.

Al día siguiente encuentro por fin a Fabiola sola, y le saco la verdad.
— Bueno, nosotros éramos 10 y ellos 5. Carlos creo que intentó ser razonable pero, bueno, ellos tampoco se lo tomaron muy bien....
— Fabi ¿Qué sucedió? - le pregunto con el ceño fruncido y poca paciencia.
— Pues, ellos ya no están, se fueron.
Algo me golpea, ¿Los mataron? ¡Los mataron!   Fabiola ve mi mirada y se apresura a decir:
— Ninguno murió, solo, se fueron, y les quedó muy claro lo que pasaría si volvían al estado; después de eso Carlos se reunió con los Líderes, no sé lo que sucedió pero creo que fue algo relacionado con lo que pasó.
— Lo siento, siento lo que tuvieron que hacer por mí. - le digo con voz abatida.
— Oye, para eso está la manada, nos protegemos unos a otros.

una nueva manadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora