8.

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Luego de que Mikail se fuera, Kian y yo nos quedamos viendo películas.

Parece que mientras yo prefería los libros, él era más de pantallas. Otra prueba de que éramos todo lo contrario.

Hace rato el sueño había comenzado a inundarme pero debía admitir que la trama de la película me había atrapado y no quería irme aún hasta saber qué pasaba. Sin embargo, la manta que me cubría y el cómodo sofá donde me encontraba, no eran de mucha ayuda para mi resistencia.

Un bostezo escapó de mi boca sin que pudiera retenerlo más y Kian soltó una risita.

-Vamos a dormir, preciosa- Tomó el mando del televisor y presionó el botón de pausa.

-Yo quería saber qué pasaba, puedo aguantar un poco más- Volvió a reír pero esta vez con una sonora carcajada, parecía estar de buen humor desde nuestra conversación.

-¿Segura? Si te duerme allí te llevaré yo a la cama- Eso me puso alerta. Me puse de pie, tomé la manta colocándola sobre mis hombros y salí corriendo a la vez que lo escuchaba burlarse de mí.

-¡Buenas noches!- Grité al subir por las escaleras y encerrarme en la habitación.

Kian.

Sonreí como idiota sin poder evitarlo. Jaerys iba a matarme; a veces era tan terca y me retaba tanto, y otras veces era tan tierna, parecía una niña. Justo como ahora.

Esperé alrededor de una hora hasta asegurarme de que estaba dormida y decidí salir de la casa. Tomé rumbo por el bosque hasta mi casa subterránea, aquella que solo compartía cada cierto tiempo con Mikail, solo él y mis víctimas la conocían.

Por mucho que Jaerys fuera una increíble distracción para mi, necesitaba dejar salir todo lo que sentía y no podía hacer con ella.

Levanté la tapa de la trampilla en el suelo y bajé por las escaleras. Literalmente era una mansión construida bajo tierra, podía parecer excéntrico, extravagante o muy extraño, pero quienes contábamos con el dinero podíamos hacer lo que quisiéramos con nuestras cosas.

Llegué al gran salón donde ubicaba a mis víctimas, esta vez sería una chica de pelo azul. La había conocido días antes de traer a Jaerys, se me había acercado con sus pintas forzosas de gótica creyendo que podía llamar mi atención. Lástima para ella que, aunque tiene mi atención, no es de la forma de quiso.

-Hay que despertar, querida- Hablé mientras derramaba agua helada sobre su cuerpo dormido. Despertó sobresaltada y confusa hasta que sus ojos se toparon conmigo, en ese momento comenzó a moverse y a gritar haciéndome reír-. ¡Grita para mí! Ya quisieras tú ser escuchada por alguien más...

Me agaché acercándome a la jaula y metí dos de mis dedos entre los pequeños barrotes haciendo que se alejará de mi. Sonreí sabiendo que le daría aún más miedo. Comenzó a llorar fuertemente; este tipo de cosas llenaban mi corazón. 

Me moví lentamente por toda la estancia, bailando como si tuviera a mi pequeña en brazos. En serio anhelaba que ella me aceptara y se sintiera cómoda en mi mundo, con mis mañas y mis voces.

El silencio me hizo detener.

-¿Por qué paras? ¿No te doy suficiente miedo?- Giro para observarla y por poco me enloqueció lo que vi- ¡¿Qué crees que haces?!

Ella se detuvo abruptamente y me miró con pánico pero ya era tarde. Tomé la primera arma que conseguí en la mesa detrás de mi; un arco y flechas. Reí a carcajadas, hace mucho no hago esto.

-Todo por intentar aprovecharte de mi distracción para liberarte.


*


-Te explico lo que tienes que hacer, pequeña- Observé como temblaba en el medio del bosque con la cinta cubriendo sus ojos y sus manos atadas-. Creo que sabrás como funciona una casería. Te quitaré la venda de los ojos y contaré hasta 20 dándome la vuelta, debes correr lo más que puedas, es tu última oportunidad de escapar de mí o sino nunca podrás hacerlo, ¿entendiste?

Ella solo lloró con más fuerza y lo tomé como un sí, me acerqué a ella y quité el trozo de tela; sus ojos rojos me fascinaron. Coloqué mi dedo índice sobre mis labios en señal de que guardara silencio, me burlaba interiormente al ver que no podía. 

Di cinco pasos atrás y me giré lentamente.

-¡Uno!- Escuché pasos acelerados detrás de mi, acentuados hacia la izquierda.

Narrador omnisciente.

Kian seguí contando calmadamente sabiendo que encontraría a la chica de cualquier manera, este era su bosque. 

Mientras tanto, la pelinegra corría sin ver absolutamente nada debido a la oscuridad de la madrugada e intentaba soltar sus manos. Seguía su camino sin importar nada, aún si se perdía estaría libre, libre de ese loco y de sus juegos y torturas. Tuvo que detenerse para recuperar el aire y calmar el mareo repentino que sintió, tener tanto tiempo inmóvil en una jaula le pasaba factura. Ni siquiera estaba segura de cuantos días habían pasado.

Por otro lado, en la cabaña de Kian, Jaerys se levantó sobresaltada por una pesadilla, puso su mano en su pecho para intentar inútilmente calmar su pobre corazón y secó un poco el sudor de su frente. Se levantó en dirección a la cocina para buscar un vaso de agua y allí se dio cuenta de algo; estaba totalmente sola.

Exploraba la planta baja de la casa para asegurarse de que así era cuando unos toques en su puerta la hicieron detenerse en seco. Miró a todos lados buscando algo con lo que defenderse, corrió a la cocina intentando no hacer ruido y tomó un cuchillo, el cual por poco se le resbalaba de las manos al escucharse otros toques. Parecían desesperados, pero ella no era tonta; estaba sola y era de madrugada.

¿Quién demonios sería?

-¡Ayúdame, por favor!- Una chica. Jaerys frunció en ceño- ¡Por favor, un psicópata me persigue!

Un pensamiento llegó a ella: Kian.

Corrió a la puerta y la abrió, pudo ver que realmente era una chica llorando desesperada, sus manos se hallaban atadas por una cuerda y un camino de sangre caía desde su frente hasta su cuello. Jaerys se sobresaltó cuando las manos de la pelinegra tomaron abruptamente los barrotes de la reja y comenzó a sacudirlos intentando abrir ésta.

-No... No puedo- Susurró Jaerys.

-¿Cómo que no? ¡Mírame! ¡Debes ayudarme, joder!- La chica comenzaba a ponerse violenta.

-Yo no... No puedo, estoy encerrada. No tengo llave de la casa. Kian...

-¿Kian?- Dio un paso a atrás- Tú estás con él, estás con ese asesino y por eso no quieres ayudarme.

-¡No!- Jaerys puso sus manos en los barrotes también, comenzaba a desesperarse- Él me tiene secuestrada, quisiera ayudarte.

La pelinegra tomó bruscamente las manos de Jaerys, clavando sus uñas en ellas.

-¡Entonces hazlo, joder! ¡Hazlo de una puta vez...- Una flecha en su cráneo no la dejó terminar, la sangre salpicó a la rubia quien comenzó a gritar desesperada sin poder quitarse de encima a la chica, puesto que sus manos parecían no querer soltarla. De un momento a otro la pelinegra cayó, detrás de ella a la distancia se encontraba Kian con el arco en su mano, pero eso no fue lo que llamó la atención de Jaerys.

Su rostro neutral era aterrador, todo él lo era. El sadismo reflejado en sus ojos descolocó a Jaerys.

Ese no era Kian.

Soy Estocolmo. +18 [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora