12.

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Kian.

Desperté totalmente adolorido y cegado. Por un momento no tuve idea de que había ocurrido, hasta que al siguiente segundo me abrumaron los recuerdos.

Anelís, el disparo, mis pensamientos sobre Jaerys y no poder protegerla.

Todo negro.

Me obligué a abrir los ojos y e incorporarme bruscamente sintiendo un fuerte tirón en mi hombro que me hizo gemir. Mierda, hace mucho no me disparan y debía ser en ese hombro de nuevo.

Ojeé la habitación en busca de la rubia que ahora vivía conmigo, pero su ausencia se hacía notar de una forma increíble. 

Me levanté de la cama y caminé rápidamente hasta el baño, al no ver a nadie allí mis pies siguieron por inercia el camino hasta afuera. Revisé cada habitación, bajé las escaleras, pasé por la cocina e incluso abrí la puerta trasera, no tenía llave. No estaba.

Salí por la puerta principal, tampoco tenía llave. 

¿En serio era tan imbécil como para pensar que ella se quedaría?

Sonreí. No me importaba. La tendría cueste lo que cueste, lo dejé claro, no perdería a mi inocencia.

Me apresuré a subir de nuevo las escaleras y entré a mi habitación, me coloqué mis botas con rapidez, tomé las llaves y salí de la cabaña. Vi sus pisadas en el barro, perdiéndose en el bosque, así que yo también lo hice. 

Me encontraba herido pero no me importaba, había recibido disparos peores, tenía cicatrices de heridas peores. Yo solo quería encontrarla.

-¡Kian!- ¿Su voz? Giré bruscamente hacia la entrada de casa y allí esta ella. Confundida, llorando, llena de barro y con mi celular en la mano.

¿Qué diablos le había pasado?

Dio dos pasos hacia mi y luego cayó de rodillas en el suelo, desmoronándose aún más. Corrí hacia ella y me arrodillé rodeándola con mis brazos. Ella se aferraba a mi como si hubiera olvidado todo, como si no recordara que me odiaba, me temía y que además yo era su captor, o esas habían sido sus palabras.

Me senté más cómodamente en el suelo, la coloqué con delicadeza sobre mi regazo sin que pusiera objeción alguna. Acaricié su cabello y dejé un beso en su cien. Abrí mi boca para preguntar que le había pasado, pero antes de poder hacerlo ella se adelantó, susurrando una simple palabra que me había dejado frío.

-Mátame.


*


Jaerys.

Era irónico como podía sentirme segura en sus brazos. No porque sintiera que él me protegería, todo lo contrario, sino porque la situación me había empujado a esto de forma involuntaria. A buscar afecto en mi secuestrador.

Flashback.

Corrí lo más rápido que pude luego de caerme dos veces por el apuro, llenándome de barro, sin saber exactamente a donde podría dirigirme. Joder, cualquier sitio sería mejor que esa cabaña, tal vez Kian no me hubiera dañado, pero ahora era libre de volver a mi vida.

Después de pasar toda la noche en vela, pensando en las palabras de Mikail, decidí que lo mejor sería huir. Así que, al ver el primer rayo de sol asomarse por la ventana de la habitación, me levanté, tomé sus llaves y un celular que conseguí en un cajón de su habitación. 

Ahora yo me encontraba a mitad del bloque, o eso parecía, llamando al celular de mi padre con la única barra de señal que encontré. Lo bueno es que alguien me atendería si o si, puesto que su celular estaba compartido con el teléfono de la empresa, así que me atendería él o su secretaria. Aunque él seguro debía estar pegado al celular para recibir noticias mías.

Sonó una tercera vez y ya tenía menos esperanzas de ser atendida. Pero pasó...

-Oficinas Parks, ¿en qué puedo ayudarle?

-¡Isabel, soy Jaerys!- Grité con las lágrimas empañando mis ojos- Dios, que alivio... ¿Dónde están mis padres?

-Creo que se ha equivocado de número, que tenga buen día.

-¿Qué? ¡No, yo...- Colgó.

Joder, no no no.

Marqué el número nuevamente y llamé.

Un pitido.

-¿Diga?

-¡Papá, papá, soy yo, soy Jaerys!

-¿Jaerys?- Su voz sonó indiferente.

-¡Papá, fui secuestrada, no sé donde estoy ni a donde puedo ir pero puedes rastrear el número, seguiré la llamada tanto como pueda, yo...

-Si el drogadicto con el que escapaste se quedó sin dinero no es problema mío, no tienes por que llamarme y mentirme.

No entendía nada, ni sus palabras ni su trato hacia mi. 

-Papá...- Mi voz se quebró, pero no fue lo único.

-¿Quién es?- Se oyó la voz de mi madre a lo lejos.

-Tu hija- Habló frío.

Oí un movimiento brusco, supe que le había arrancado el celular de las manos y por un momento me alegré.

-¿Mamá? ¡Mami!

-Cállate, zorra malagradecida. No quiero que vuelvas a llamar a esta casa, parece que no tuvieras vergüenza. Llegas a dar señales de vida y te haré pasar un infierno...

Corté la llamada. Sentí el sabor salado de las lágrimas en mi boca, mi respiración era errática y estaba apunto de tener un ataque de pánico. Aún así me tranquilicé y marqué otro número, uno que compartía con mis amigas, así que ambas recibirían la llamada.

-¿Quién diablos es?

-Miranda- Susurré sin quererlo, mi voz pendía de un hilo en este momento.

-Si, soy yo, ¿quién eres?

-Soy Jaerys, por favor ayúdame.

Silencio.

Solo se oía su respiración.

-¿Miranda?

Colgó.

Y lloré. Lloré con fuerza soltando alaridos en un intento de desahogarme y eliminar todo lo acontecido, entender el trato de mis padres o la poca importancia que todos le dieron a mi situación. Pero no podía entender nada.

Pensé en llamar a la policía, luego recordé las palabras de Mikail. No, definitivamente no quería vivir en un infierno suyo, se notaba que él no era para nada como Kian.

Por ese motivo tomé la decisión que tomé, y esa fue volver a la cabaña con mi secuestrador. ¿Por qué? Porque de nada me serviría pedir ayuda a alguien más solo para que me devolvieran con mis padres, esos que no quieren que aparezca. 

Además, Kian nunca me ha hecho daño, por el contrario, ha cuidado de mi. Tal vez a esto es a lo que llaman Síndrome de Estocolmo, aún así, prefiero esto, morir, a pagar el infierno que mis padres quieren que sufra.

Fin del flashback.

Por lo que, al llegar a la cabaña y verlo adentrarse de esa manera al bosque, seguramente buscándome como el psicópata que es, grité su nombre e intenté acercarme a él. No estaba segura de haber hecho bien, pero no se sintió mal cuando me rodeó con sus brazos al verme en ese estado.

Cuando me acarició e intentó calmarme.

Cuando no me insultó.

E incluso cuando soltó las siguientes palabras.

-Aquí estoy, yo cuidaré de ti, inocencia.

Soy Estocolmo. +18 [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora