15.

264 24 3
                                    

En la mañana había amanecido sola. No voy a negar que eso me había descolocado y desanimado por muy imbécil que sonara, sin embargo, era lo mejor.

Kian volvía a estar como siempre, como si todo lo que ocurrió en la madrugada fueran alucinaciones mías. Lo único que me hizo saber que fue real fueron las sábanas con sangre en una esquina de mi habitación, justo donde las había dejado anoche.

Aún así, no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Le pedí explicaciones y él dijo que me las daría hoy, necesitaba entender todo esto, a riesgo de salvar o joder más mi salud mental.

Me duché y vestí en el baño de su habitación y luego salí a buscarlo.

-¡Kian!- Lo llamé mientras bajaba las escaleras, no lo veía por ningún lado pero sabía que no había salido- Joder, Kian... ¿Dónde diablos estás ahora?

De la nada, apareció por la puerta trasera silbando como si él fuera la persona más normal del mundo. La cerró con llave y se giró sonriendo al verme, me guiñó un ojo y prosiguió con el silbido mientras caminaba hacia mi, dejándome con el ceño fruncido, totalmente a la expectativa de qué había hecho ahora.

-¡Buenos días, cariño!- Tomó mi rostro de las mejillas con ambas manos y se acercó depositando un beso en mi frente, uno como el de ayer. Luego se acercó a mi rostro tanto que pude sentir su aliento sobre mis labios, sobresaltando mi corazón- Vamos a la mesa, el desayuno está listo y esperando por nosotros. 

Después de susurrar eso, me llevó suavemente a la mesa que estaba en la cocina. Definitivamente me encontraba en shock. En la mesa se encontraban dos platos con waffles vacíos, mientras que alrededor habían frascos con frutas y chocolate, además de jugo de naranja. 

¿Qué?

-¿A cuántas personas asesinaste ahora?- Hice la pregunta que se me vino a la cabeza según el motivo de este desayuno. Lo escuché reír fuertemente a mi espalda- Hablo en serio, ¿haces esto para que te perdone lo de anoche?

Oí sus pasos a mi lado, giré a verlo y en su rostro se apreciaba una sonrisa arrogante, casi burlona, típica de Kian en su mejor momento. Aquellos que yo había comenzado a llamar "momentos de gloria", porque así parecía sentirse él.

-Hago esto porque quiero conocerte, Jaerys. No te confundas, no te he pedido ni te pediré perdón por lo que hago- Sentí mis mejillas enrojecer con violencia, no sabía si era por sentirme estúpida al creer que de verdad le importaría como para pedirme perdón, o porque realmente había demostrado que no le importaba en lo absoluto lo que yo pensara sobre eso, aunque siempre terminara recurriendo a mi.

Abrió una silla para mi, dudé unos segundos pero finalmente me senté. El desayuno se veía bueno, en el mejor de los casos me alimentaría y en el peor de los casos estaría envenenado, me sacaría de este infierno. Él acercó mi silla un poco más a la mesa y luego se sentó frente a mi.

-Que aproveche- Lo oí decir, subí mis ojos hacía los suyos y me observaba impasible, sin embargo, preferí callarme y no decir nada. Comencé a colocar fresas y arándanos en mi plato para luego comer. 

Si esto estaba envenenado al menos tenía buen sabor.

-Háblame de ti, cariño- No me inmuté ante sus palabras-. Habías terminado tu carrera, ¿no es cierto?

-Dijiste que me explicarías lo de anoche...

-¿No es cierto?- Me interrumpió, volviendo a su pregunta inicial.

-Estás loco, mal de la cabeza, ¿no es cierto?- Hablé entre dientes, comenzando a ponerme a la defensiva. Lamentablemente mi comentario no borró la sonrisa de sus labios; me recordaba a un personaje animado que me gustaba. Era igual de sádico y sonriente, pero este por desgracia no era animado, era totalmente real.

Soy Estocolmo. +18 [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora