El corazón de una madre

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Miércoles. Otro día más de trabajo para Mary Smith en una librería situada en uno de los puntos más turísticos de Londres.

Ella era una mujer de unos cuarenta y ocho años de edad, cabello castaño y ojos cafés. Había pasado los últimos tres años de su vida en Australia, al lado de su esposo. Una tarde de verano sintieron el repentino impulso de dejar todo e irse lo más lejos posible. Únicamente tomaron unas cuantas prendas de ropa, vaciaron sus cuentas bancarias y por alguna razón que ninguno de los dos comprendió jamás, no viajaron de la manera tradicional, sino que pagaron una buena suma de dinero para que una embarcación de carga comercial que zarpaba rumbo a América les permitiera ir a bordo. Ahí iniciaron una larga travesía de varios meses que los llevó hasta Australia, donde finalmente decidieron establecerse.

Su esposo John consiguió un empleo como encargado de una tienda especializada de juguetes didácticos y ella en una librería. Nada de eso se parecía en lo más mínimo a lo que hacían para ganarse la vida en Inglaterra pero no importaba; les alcanzaba para tener una vida armoniosa y tranquila.

Todo marchó de maravilla por un tiempo, hasta hace unos cuantos meses. De un momento a otro, la burbuja de felicidad de Mary fue rota por un presentimiento que abruptamente llegó a su mente; su hija se encontraba en un grave peligro y ella debía ir a buscarla.

- ¿Qué cosas dices, mujer? Nosotros no tenemos hijos- le dijo su esposo cuando ella le externó su inquietud. Efectivamente, ellos no tenían hijos. Siempre habían sido Mary y John. Solamente ellos dos. 

Pero los días pasaron y ese pensamiento no dejaba en paz a Mary

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Pero los días pasaron y ese pensamiento no dejaba en paz a Mary. Por las noches cuando dormía veía en sueños a una niña de cabellos castaños rebeldes que corría a sus brazos y le decía "mamá". También soñaba con esa misma niña ya convertida en una jovencita.

Al principio John no le daba mucha importancia a los sueños de su mujer pero con el paso de los días la situación comenzó a preocuparlo. Era como si la idea de esa hija estuviera consumiendo a Mary por dentro.

- Debemos ir a buscarla, John. Nos necesita.

- Cariño, es absurdo. Tan sólo piénsalo: si hubiésemos tenido hijos, lo sabríamos, ¿no crees?- le decía él.

Cuando él sugirió que Mary necesitaba ir a un psicólogo, ella estalló en cólera.

- ¡No me importa si tú no me quieres creer! ¡El corazón de una madre nunca se equivoca! Sé que mi hija me necesita e iré a buscarla, me da lo mismo si quieres venir conmigo o no.

Y sin más, ella empacó su maleta, tomó sus ahorros y se marchó de casa. No tenía idea de a dónde ir ni de a quién acudir. Hasta donde recordaba, ellos no tenían amigos en Mánchester. No tenían a nadie más que a sí mismos en este mundo.

Compró un boleto de avión a Londres, el cual costó casi todo su dinero. Apenas le quedó lo suficiente para pagar alojamiento en un hostal y se vio en la necesidad de conseguir un empleo lo antes posible. Fue así como llegó a esta librería.

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