Era una madrugada de mediados de mayo. El doctor Maurice McLaggen observó mientras las tres enfermeras volvían a instalar a la paciente recién salida de cirugía en su habitación. Era una mujer joven, de tez blanca y ondulados cabellos castaños. Una mujer, que muy probablemente no volvería a abrir los ojos.
- Adminístrenle analgésico cada 8 horas- le indicó a la enfermera Kasemi, una mujer regordeta de unos cincuenta y cinco años de edad.
- Entendido, doctor.
Ella y sus otras dos compañeras tardaron unos instantes más en asegurarse de que la paciente estaba conectada adecuadamente al respirador artificial y a los aparatos que monitoreaban su estado de salud y se retiraron de la habitación. Lanzaron una última mirada al doctor McLaggen, quien aparentemente estaba ocupado haciendo unas anotaciones en el expediente de la mujer.
En cuanto se quedó a solas, dejó de fingir... colocó el fólder y la pluma sobre un mueble que tenía cerca y se aproximó a la paciente. Observó lo que el monitor de función cerebral indicaba.
- "No seas absurdo"- le dijo una voz dentro de él- "Ya pasaron prácticamente tres meses y ella no muestra progreso."
Lamentablemente la voz había tenido razón siempre; los aparatos seguían indicando lo mismo desde que la joven mujer entró en coma la misma noche en que llegó al Hospital General de Pristina. Decepcionado por constatar la ausencia de cambios, el médico tomó delicadamente la tibia mano de ella, en cuya parte superior había una aguja que canalizaba a su organismo la medicina intravenosa suministrada gota a gota con un suero.
- Vamos, Aurora... - suplicó en voz alta- por favor despierta... hemos hecho todo lo posible por salvarte, ahora sólo depende de ti despertar...
El constante pitido del monitor de signos vitales al que estaba conectada la mujer fue lo único que recibió como respuesta. Con un cansado suspiro soltó su mano y se retiró de la habitación. Pasaban de las siete de la mañana, lo cual significaba que su guardia había terminado y tendría un día libre para descansar.
Salió de ahí preguntándose una vez más cómo sería escuchar la risa de Aurora, pensando en lo linda que debía ser su mirada, imaginando la dulzura de su voz...
Maurice McLaggen era unhombre de unos treinta y tres años de edad. Alto, de complexión media; pielblanca, ojos azules, cabello corto de color castaño oscuro alborotadointencionalmente con un poco de gel y solía dejarse crecer la barba un par dedías, lo suficiente para que cubriera su rostro sin verse sucio.
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Regresa a mí
RomanceHermione sufre un fatal accidente que hace que sus amigos y su gran amor la crean muerta. Semanas después despierta en un hospital muggle sin tener idea de cómo llegó ahí. No recuerda ni siquiera su nombre y por las cosas que dice, los doctores teme...