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Había pasado una semana desde aquel violento encuentro en el bar, del cual habían sido protagonistas Taehyung y Jimin. Una semana desde que Jungkook hirió al castaño con sus palabras, y a pesar de que este último no se daba aludido por el acontecimiento, en el fondo, le había dolido oír la verdad.

Se sintió humillado y menospreciado, algo a lo que debería haberse acostumbrado teniendo en cuenta la crianza que había recibido por parte de su padre y de instructores que habían sido realmente exigentes y crueles con el pequeño Taehyung de aquel entonces.

El castaño era muy sensible y pensante en cuanto a sus defectos se trataba, no entendía porque haber nacido con el padre que nació le perjudicó tanto la autoestima y las ganas de vivir. Porque si, a veces no tenía ganas de hacerlo, sentía que era inútil seguir así. Complaciendo y agachando la cabeza dentro de su casa, lugar el cual se suponía debía sentirse como su hogar.

Aquella mansión localizada en la zona norte de Seúl y siendo uno de los barrios más prestigiosos, era la peor pesadilla del menor. Esas paredes de triple revestimiento lo habían visto dar sus primeros pasos, decir sus primeras palabras, reír, jugar y ser feliz. Sentimiento que había desaparecido en la casa de los Kim cuando la madre de Taehyung, Eunha, falleció a causa de cáncer de hígado, cuando apenas el menor había cumplido los nueve.

Desde aquel día, nada volvió a ser lo mismo para ninguno en la familia. El señor Kim se sumergió en un profundo dolor que lo controló al nivel de olvidar que aún tenía a su hijo con él. Dejó de prestarle atención, de jugar con él, de hacerlo reír y de hacerle las galletas de vainilla que el pequeño tanto amaba. Se metió en un mundo que al principio parecía más grande que él, y no temió por sí mismo, tampoco por su hijo.

Siguió adelante, horas, días, y meses enteros encerrado en su despacho haciendo negocios con hombres que entraban y salían de la mansión como si de un lugar público se tratara. Los años pasaron, y el apellido Kim creció a la par de su fortuna. Antes de que fallezca su esposa era un empresario respetado, ahora, post-duelo, era un empresario temido.

Taehyung pasaba tardes enteras solo en su gigantesca habitación, en donde jugaba, comía y hacia su tarea. A veces, cuando nadie podía oírlo, ponía música y bailaba. Amaba bailar, era su mayor pasión y lo hacía realmente bien desde pequeño. Su madre le había enseñado a sentir las notas musicales con su cuerpo y también con su alma.

Un día, cuando tan solo tenía once años, tomó del vestidor de su madre que seguía tal y cual lo había dejado ella, una falda larga de lanilla color magenta, y se la puso a forma de vestido, ajustándola todo lo que pudo para que no se le caiga. Regresó a su habitación más que contento y comenzó a bailar en soledad. Recordando a su mama, su voz, y su olor que seguía impregnado en la prenda de vestir.

Estaba feliz, la sentía cerca y con él, después de tanto tiempo. Tan feliz y alegre, que salió corriendo en cuanto la canción acabo, hacia el despacho de su padre, entró sin tocar y corrió hacia el para abrazarlo con pequeñas lágrimas en los ojos debido a la emoción que su pequeño cuerpito albergaba.

- Te extraño mucho papi... - Dijo con la voz entrecortada, mientras hundía su nariz en el pecho ajeno.

Los brazos de su padre jamás le devolvieron el abrazo, tan solo lo alejaron de él. - ¿Cuántas veces te he dicho que no uses la ropa de tu madre? - Le preguntó cansado. - Ve a hacer tu tarea, estoy ocupado. - volvió a hablar con aquel tono represivo y hostil, mientras regresaba su vista a sus papeles, ignorando a su hijo.

Aquel día, Taehyung comprendió que su madre al partir se había llevado consigo a su padre. Porque aquel señor que estaba frente a él, parecía un completo desconocido.

The Race. [KookV]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora