• Capítulo 44 •

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Contaré todo, empezando desde luego qué por el principio; en el como inicio todo.

Auro; mi hermano gemelo.

Fuimos dados a la puerta de un orfanato desde qué teníamos tres años. Según las profesoras, o señoritas — como nos obligaban a todos a decirles — nos contó. Auro y yo vivimos toda nuestra pequeña infancia juntos ahí. No teniamos apellido puesto a qué no conocímos a nuestros padres, no teníamos amigos y los demás niños nos tachaban y llamaban raros por ser casi idénticos, solo qué yo en una versión femenina.

Fuimos unos gemelos extraños, como todo a nuestro alrededor. Con nuestros ojos opacos, sin felicidad y sin saber lo qué era una sonrisa o el beso de una madre.

Los gemelos huérfanos, así nos solían llamar. Hasta qué un día, yo tomé la iniciativa de cambiar eso.

Recuerdo perfectamente qué teníamos cinco años, ya habíamos pasado dos años en el internado y sin ser adoptados, y sin tener amigos, en la plena soledad. Solo compartíamos con las señoritas a la hora del almuerzo y a la hora de clases, del resto nos la pasábamos sólos.

Le dije a Auro qué quería cambiar eso. Quería tener amigos y qué así nuestra vida en el orfanato no fuera tan gris y tristona. Auro lo tomó muy bien, de hecho bastante bien. Recuerdo qué ese día compartió practica de fútbol con los otros niños, y yo siempre lo iba a ver jugar mientras comía en una de las mesas del pequeño patio de aquel orfanato.

En las practicas lo conocimos a él; Lewis Flora.

Un niño mayor qué nosotros, pero qué empezó a compartir tanto tiempo con nuestra vacía alma de niños. Se volvió como nuestro hermano, nuestro hermano mayor. Contábamos con él para todo. Nos daba sus meriendas, era muy bueno en fútbol, le dieron el nombre del capitán del equipo infantil, transmitía mucha felicidad y siempre nos defendía de los otros niños qué nos hacian burlas. Obtuvimos mucha confianza mutua y nos contó qué sus padres se murieron por un incendio, del cual él sólo salió ileso, no tenia más familiares, así que el gobierno tomo autoridad mandándolo a uno de los mejores orfanatos.

Fue como nuestro pequeño ángel de siete años.

Siempre estábamos juntos y Auro se motivo a ser diferente, a cambiar la tristeza por felicidad, a parecerse más a él.

Y con pequeñas acciones, como, ayudar a las señoritas en la limpieza, hacer correctamente sus tareas, ganarse y subir de nivel en su equipo de fútbol, a ganarse estampillas por buen comportamiento, Auro empezó a hacerse notar de manera positiva. Pero, me dejó a mi de lado.

Empezaba sentirme mal a su lado, siempre lo felicitaban a él y a mi no. No era envidia, a esa edad no conocía lo qué era un ser envidioso. Simplemente me sentía mal al ver qué amaban a Auro, mientras a mi me ignoraban, literalmente.

Siempre qué quería dar mi opinión en algo, no me prestaban atención, solo me miraban y me daban miradas burlescas, Auro también lo hacía. Menos Lewis, quien me miraba con confusión y un poco de lastima.

Si antes me sentía mal en el orfanato, en esos momentos me sentía peor. Empecé a llorar todas las noches y a odiar a todos, incluyendo a Auro por dejarme de lado.

Hacia cosas para resaltar a mi manera, inicie clases de danza, pero fracase y se reían por mi relleno cuerpo de niña. Ordene mis cosas y ayudaba a las señoritas, pero nunca ni siquiera me daban ni una estrellita.

De alguna manera quería resaltar así sea un poco. Así qué agarre unas tijeras y fui al baño. Me mire al espejo y vi mi cabello negro y largo, llegándole hasta más debajo de mis glúteos. Y lo corte más arriba de mis hombros. Mal cortado, pero aun así lo hice.

Los Canavarlar [Klanlar #1] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora