austin

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| todo se termina, todo menos vos

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| todo se termina, todo menos vos

Los relámpagos reflejados a través de la ventana ya le habían empezado a molestar. La lluvia estaba hacía horas que amenazaba y sus ojos se cerraban sin poder conciliar el sueño que su cuerpo tanto necesitaba. 

Isabella había vuelto de Estados Unidos con una sobrecarga que le había contracturado los huesos y la habían dejado con un dolor de cabeza incesante. Y como si fuera poco, no había podido dormir como corresponde.

Para las once de la noche de un miércoles estaba fastidiosa, irritada y extremadamente cansada sabiendo que se acercaba un fin de semana libre que no iba a poder disfrutar. 

El recuerdo de los días anteriores todavía le daban vueltas en la cabeza. Estados Unidos había sido un silencio de misa. Casi cómico para ser quien se encarga de la comunicación del piloto.

Charles no le había dirigido la palabra, apenas si le había respondido a preguntas obligatorias con monosílabos.

Las cosas estaban muy frescas, el cumpleaños de Charles todavía latente en su cabeza. Paulina había intentando dirimir las aguas, proponiendo algún que otro challenge que los hiciese al menos amigarse. Carlos había hecho lo suyo también, contando ese tipo de chistes que no le daban gracia a nadie. 

Pero no había forma de quitar la incomodidad. 

Por eso es que la mirada el domingo por la tarde había dolido el doble. 

Aún en Maranello, lejos de Estados Unidos y en total soledad con el bullicio de fondo de algún programa italiano poco interesante, Isabella sentía el cosquilleo, las ganas de volver a hablar.

Austin estaba que quemaba e Isabella estaba segura que la temperatura era al menos el triple bajo la ropa de un Charles recién salido del auto.

Lo estaba esperando, con el agua más congelada, el equipo de enfriamiento y el aire acondicionado de su sala ya en funcionando.

Después de pasarle la toalla y haberlo guiado hacia adentro de la habitación de pilotos, Isabella pudo ver los ojos verdes, clavados en ella entre el mareo y la adrenalina de una carrera recién terminada.

Cuando escuchó el timbre y se levantó a duras penas tanteando en la billetera alguna propina para el delivery de la pizza, Isabella estaba ida en aquel momento fugaz, inexistente casi, donde la mirada de Charles parecía haberle querido decir mucho más, parecía haber querido reaccionar de una manera que el cuerpo tardaba en gestionar.

Cuando abrió la puerta y se quedó con los euros a medio camino, entendió que su cuerpo también estaba teniendo problemas en procesar la realidad. 

Los mismos ojos verdes que ocupaban su cabeza estaban mirándola detrás del marco de la puerta, con los brazos rendidos a cada lado, con el cabello escondido bajo un arrugado canguro negro.

red || charles leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora