austria; race

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| rezo por vos

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| rezo por vos

Con el reloj reflejado en la televisión dando las 20:30, Isabella y Charles habían dejado los platos en la pequeña mesa junto al ventanal para comer el helado en la enorme cama de la habitación cinco estrellas.

La muchacha se encontraba sentada con las piernas cruzadas al pie de la cama, en diagonal al piloto que seguía recostado sobre la cabecera. Había terminado allí por pura casualidad, después de tirar las botas que no soportaba más. 

Ninguno de los dos tenía caras contentas.

Isabella tragaba cada cucharada de helado recordándose mentalmente que ese no era el postre que había imaginado comerse. Y por si no quedaba claro, su cabeza insistía en repetírselo de nuevo: para ese momento, se suponía que al menos se estaría chapando a Verstappen.

Y desvistiéndolo. Y dejándole que le bese el cuello. 

No mirando la ausencia de respuesta al mensaje que avisaba que no iba a llegar. No teniéndole que hacer de niñera al monegasco, a quien había tenido que ayudar a cambiarse la remera llena de sangre (ok, eso no había estado tan mal. La muchacha no había podido evitar mirar el torso esbelto y trabajado, pero no era lo mismo, porque Leclerc le caía mal).

Charles, por su parte, había pasado la última hora y media murmurando insultos en francés y refunfuñando.

La nariz no le había vuelto a sangrar, de manera que ya casi estaba descartada cualquier posibilidad de hemorragia interna, por lo que ahora no había preocupación tras la que ocultar el fastidio.

-Si seguís resoplando te vas a desinflar- le dijo Isabella al escuchar el sexto bufido en el lapso de cinco minutos.

-Es que vos no entendés, Isabella ¡no puedo tener tanta mala suerte! Entre el auto, los malos resultados, ahora esto...

Isabella no pudo evitar revolear la mirada. Estaba un poco harta y sentía que la queja ya estaba rozando el berrinche. 

-¡Bueno basta!- exclamó apoyando con fuerza el pote de helado sobre el acolchado. Leclerc la miró, sorprendido por la reacción- Ya está, Charles, no te voy a bancar otra noche más llorando.

Se interrumpió para tomarse la muñeca y desatar con ayuda de los dientes una pulserita roja que siempre usaba.

Charles permaneció en silencio mirándola expectante.

Isabella se adelantó en la cama, más cerca de las piernas del monegasco estiradas bajo la sabana, y volvió sentarse en indiecito.

-Dame la mano- le dijo, aunque no esperó la respuesta y tomó el brazo derecho para apoyarlo palma arriba sobre su rodilla- Te voy a prestar mi pulsera, para que dejes de joder con eso de la mala suerte. Si la hay, si realmente estás mufado, esto te va a proteger.

red || charles leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora