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| el abogado del diablo

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| el abogado del diablo

La noche que más quería evitar fue la que, obviamente, mas rápido llegó. 

Isabella tenía muchas razones para querer que ese miércoles terminara de una vez por todas. 

Tenía que ver con el amontonamiento de gente. Barbijos, protocolo, al aire libre y  bla bla bla, para después terminar todos pegados queriendo pasar por algún camino libre entre las mesas de la carpa.

Tenía que ver con que estaba cansada. Y seguía estresada. Le dolían las piernas, los tacos no ayudaban. Las manos le temblaban, lo suficiente para que Paulina se apiadara de ella y la ayudara a hacerse el delineado antes que Isabella rompa en frustración (o en llanto, que a esta altura era como decir lo mismo).

Tenía que ver, y mas bien, se trataba, de estar junto a los fotógrafos, observando, vigilando, que todas las fotos de prensa estuvieran saliendo a la perfección. Que a Charles se le notase en escudo de la empresa en su traje Armani, que los flashes no lo cegasen y que sus cara exprese todo lo que debía representar il predestinato de Ferrari. 

Y así y todo, con esas indicaciones en su mente, con el cronograma a seguir en su mano, Isabella no podía correr la mirada de la pareja feliz que tenía delante. 

Los miró abrazarse frente a las cámaras. La mano de Charles que acariciaba la cintura y la espalda de Francesca al aire contorneada por el vestido amarillo que le calzaba perfecto.
Las sonrisas correspondidas y las miradas cómplices que mañana aparecerían en algún Instagram perdido y despertarían suspiros de "todo lo que es el amor verdadero". 

Y sintió ira.

No, celos.

No, había algo más.

Algo que le pesaba en los parpados y le hacía caer la cabeza. 

No.

No.

Nononono.

Parada en sus tacos altos, con sus manos en los bolsillos del traje negro, sintió tristeza.

Porque no era ella la que estaba posando.

Porque no era ella la que podía usar ese tipo de vestidos en las galas.

Porque Charles nunca la recorrería con la mirada como lo hacía con Francesca. No al menos frente a las cámaras.

Sintió las lágrimas acumularse en el interior de los ojos. Tenía que salir de allí, dejar de ver esa imagen feliz.

Dió unos pasos atrás de manera torpe y divisó una galería que la llevaría a algún lugar alejado.

Ignoró los '¿estas bien?' de Paulina y las miradas confundidas de Dante, y caminó -sino corrió- para rápidamente llegar a un segundo patio.

red || charles leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora