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La azabache caminaba entre las calles de la ciudad, dirigiendose hacia su casa, pero su mirada se encontraba en algún punto insignificante, perdida entre los recuerdos de su niñez.

-Kacchan, ¡tu habilidad es increíble! No puedo esperar a obtener la mía- festejó el pequeño de cabello verde, mientras la azabache y el rubio caminaban junto a él entre aquel reducido bosque.

-No importa que tan fuerte sea tu habilidad, nunca podrás derrotarme- aseguró Bakugo sonriendo, logrando que Atenea golpeara su nuca suavemente.

-A nadie le gustan los engreídos, Kacchan- se burló ella, mientras los ojos rojos del rubio la miraban destellando furia.

-Estúpida- se quejó, y siguieron caminando, mientras el pequeño de cabello verde reía y chocaba los cinco con ella.

Atenea se había alejado de ellos cuando sus padres fallecieron, con tan solo 5 años de edad. Muchas veces recordaba a aquel chico, pero por más que lo intentara, su nombre no acudía a su mente. Sin quererlo, sus recuerdos derivaron en la muerte de sus padres, en las noticias relatando el incidente, en su tía tomandola entre sus brazos, llorando a mares, clavando sus ojos en ella con furia.

-Todo esto es tu culpa, si tú no hubieras nacido, ellos nunca se hubieran convertido en héroes. Murieron por querer protegerte, maldita mocosa- gritaba, mientras la pequeña azabache no podía reaccionar, ni siquiera podía entender qué había sucedido.

-¿Dónde están papá y mamá?- preguntaba, mientras sentía sus ojos cristalizarse ante los gritos de la hermana de su madre.

-Muertos, estúpida, muertos.

Sintió una lágrima caer de su ojo derecho, mientras se adentraba en aquel callejón, golpeando bruscamente la pared de ladrillo. Un golpe con el puño derecho, otro con el izquierdo, y así una y otra vez, hasta que vio como la sangre manchaba la suciedad de aquel ladrillo en el que había fijado su vista, alejándose y saliendo de aquel lugar oscuro. Siguió caminando con la mirada perdida hasta que llegó a aquella puerta azul, insertando la llave en la cerradura y sintiendo finalmente el ardor en sus nudillos al hacer fuerza, viendo la sangre que empezaba a secarse. Se obligó a mover la llave y empujar la puerta, abriendola y cayendo rendida sobre ella una vez adentro. Las lágrimas caían sin previo aviso por sus mejillas, mientras sentía una presión en el pecho, provocada por la culpa, rencor, dolor en lo más profundo de su alma.

Perdió la noción de cuánto tiempo había pasado llorando exhausta sobre la entrada, pero se obligó a levantarse, subiendo las escaleras con pesadez, hasta llegar al techo, donde se dejó caer, sentandose y observando el sol esconderse detrás de los edificios. Escudriñaba los colores del cielo, reconfortandose con sus colores, olvidando momentáneamente aquel dolor que la atormentaba. No quería llamar a Iida, ya lo había molestado lo suficiente esos días, así que por el momento, la soledad era su única compañía, que si bien no le molestaba, sentía su sombra desgastándola con el paso del tiempo.

No tenía ni idea de todo lo que le esperaba.

by my side | k. bakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora