40 Adiós, Costa Cálida

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–Me tienes que contar muchas cosas. –le recordé una vez que estuvimos sentados en su coche y en dirección a mi casa.

–Lo que me recuerda, que tú también tienes mucho que contarme a mí. – su expresión se volvió seria y sombría.

–Oh.

Sabía a qué se refería: Mi comportamiento durante su ausencia.

–Veo que sabes a qué me refiero, lo que quiere decir que Alex no me mintió. –siguió manteniendo esa actitud y mirando hacia la carretera.

–Estuve algo irritante, eso es cierto. –comencé algo despacio, no sabía qué palabras utilizar para excusarme –Pero cada persona supera de forma distinta, la ausencia de otra.

–Debiste dejar que te dieran apoyo, Veronika.

–Lo sé, pero estaba enfadada con todo el mundo, no entendía por qué ellos podían seguir siendo felices y yo no.

–Nadie fue feliz en esos momentos. –me dirigió una fugaz mirada de reojo.

–Lo sé, pero yo sólo podía pensar en ti y en lo desdichada que era yo. –agaché mi cabeza, mirando hacia mis manos, en mi regazo.

–Vale, da igual. –cogió mi mano y la besó –No te preocupes más, ya no tiene caso seguir reviviendo y recordando aquellos días. –me sonrió débilmente.

–Vale. –coincidí con él –Pero antes de que dejemos el tema para siempre, quiero que me cuentes toda la verdad. ¿Quién era ese Boris y por qué he vuelto a España con un pasaporte y nombres falsos?

–¿De verdad quieres saberlo? –me volvió a dedicar una fugaz mirada, pero no supe a qué atenerme, ya que su rostro era ilegible.

–Quiero saberlo, pero, ¿debo saberlo? –lo dejé a su elección.

–De acuerdo. Aquella mañana, después de dejarte, llegué a mi casa y cuando estaba cerrando la puerta del garaje, me cogieron, me taparon los ojos y me golpearon en la cabeza. Quedé inconsciente durante no sé cuánto tiempo, ya que seguí llevando los ojos tapados y las manos atadas. Sólo te veía a ti –me miró algo perturbado –No sentía frío, ni calor, ni siquiera oía nada. Eso fue muy doloroso, ya que mi mente tenía todo el tiempo y espacio del mundo para pensar, y pensar.

–¿Pensar en qué exactamente? –inquirí.

–En ti.

–¿Pero no te preguntabas qué hacías allí, o dónde estabas, o...?

–Sólo pensaba en ti. En que ojalá tú sí estuvieras en tu casa. Que a ti no te hubieran hecho nada. –me interrumpió y mostró una mueca –En qué estarías haciendo, cómo estarías... y no sé decirte qué fue peor, si torturarme con no saber cómo estabas, o recordar una y otra vez cada experiencia y momento que hemos vivido.

–Vale, no sigas por ahí. –lo paré alzando la palma de mi mano izquierda en su dirección –No quiero verte triste. –hice yo también una mueca.

–La mente es muy cruel, cuando no tiene nada más en lo que pensar, te lo aseguro. –se le quebró la voz.

Asentí.

–Finalmente un día de esos, el vigilante o guardia que venía a traerme la comida, no vino, en su lugar vino otro guardia. Me quitó la venda de los ojos, para que pudiera coger el pan y la manzana que me daban y llevármelos a la boca... pero la diferencia fue, que no había comida y no era el mismo guardia. Me habló algo en ruso y cuando se dio cuenta que no lo entendía, me tendió un Cutter y dijo el nombre de Juanma. Sonrió y se fue.

Secretos y Mentiras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora