35 La dosis calmante

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Durante los cuatro días siguientes, hice los exámenes pendientes los cuales pasé con nota. En el momento en que recibí esos resultados en mis manos y me hube inscrito en Selectividad, me dirigí andando hacia mi casa, pero de repente me paré en seco. No estaba impaciente por enseñarle esos resultados a mi familia, deseaba más que nada en el mundo enseñárselos a la madre de Javi y hablar con ella, quería ver cómo estaba. ¿Habría sido más fuerte que yo?

Cogí el autobús en dirección a El Siscar y paré en la parada que hay frente a la casa de Alex. Las persianas estaban bajadas, no tenía pinta de que hubiera alguien dentro. Caminé a lo largo de todo el camino, hasta llegar al camino oculto y privado que llevaba hasta la casa de Javi. Si en coche era largo... a pie aún más, pero me sentó bien el paseo, había una brisa primaveral muy buena y los rayos del sol calentaban las partes de mi piel descubiertas, dándome una sensación de paz y tranquilidad que necesitaba.

Cuando estaba llegando al final del camino, divisé la casa a lo lejos y detrás de uno de los limoneros del lugar, un hombre salió hasta el camino. Se paró en seco y esperó a que yo continuara caminando hasta él.
Era de la Seguridad de Javi y no tenía cara de reconocerme. Supongo que al fin y al cabo no pasaría tanto tiempo en su casa, para que me reconocieran en el acto.

–¿En qué puedo ayudarla, señorita...? –me preguntó el hombre bastante autoritario y serio.

–Veronika. Bueno, Vera. Soy la novia de... –me corté en el acto, no sé por qué, pero no pude decirlo. Si Javi ya no estaba aquí, yo ya no era novia de nadie, ¿no?

El hombre esperaba pacientemente a mi explicación.

–Vengo a ver a María. –intenté sonreír, pero fue una sonrisa muy poco lograda.

El hombre no reaccionó de ninguna manera a mi respuesta, se quedó ahí parado, observándome aún más, de arriba abajo. Hasta que, supongo que no me vio cara ni de mafiosa, ni terrorista... y me informó que podía continuar hacia la casa.

Llegué hasta la gran puerta y acto seguido recordé la última vez que crucé esta puerta. De eso fue hace sólo una semana y media, pero parece que hayan pasado años. Toqué el timbre y esperé pacientemente a la persona que decidiera abrirme la puerta.

Oí unos pasos que se acercaban, y finalmente la puerta se abrió.

–¡Vera! –exclamó sorprendida la madre Javi.

Su aspecto era... creo que no muy diferente del mío, rostro seco, pálido y ojeroso; cuerpo delgado, inestable... aspecto horroroso. Ésa era la conclusión de nuestro aspecto. Pero a pesar de todo eso, ver a la madre de Javi, era más doloroso de lo que pensaba. Se parecía tanto a él... a mi Javi.

–No sé muy bien qué decir. –me quedé atónita, no podía dejar de mirar su rostro. –Sólo tenía ganas de estar aquí, de verte. –me encogí de hombros.

No quería seguir hablando, un nuevo nudo amenazaba con formarse en mi garganta.

–Yo también tenía ganas de verte. –me sonrió dulcemente.

–Te pareces mucho a Javi. ¿Lo sabías? –una lágrima consiguió escaparse.

–Sí, lo sé. –tragó saliva. –Pasa, tómate un té conmigo.

La seguí hasta la cocina. La casa estaba completamente silenciosa.

–Aprobé el curso. –solté nada mas sentarme, frente a ella en la mesa.

–Me alegra oír eso. –puso su mano derecha encima de la mía.

–Y haré Selectividad. –otra lágrima se resbaló por mi mejilla.

Secretos y Mentiras (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora