4. Normas absurdas de la humanidad

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4. Normas absurdas de la humanidad

Al cabo de unas horas que pasé enfurruñada en un rincón fiel a mi berrinche, tomando un trago por aquí y un trago por allá y fulminando con la mirada a cualquiera que se le ocurriera dirigirme la palabra, el bar estaba lleno.

Lleno era poco, sin exagerar, podía haber aproximadamente 5 personas por metro cuadrado, tres cuartos estaban borrachos, el cuarto restante inconsciente y la mitad del total de personas estaban intercambiando fluidos por la boca.

Tal vez las matemáticas no fueran tan inútiles después de todo.

Comencé a pensar que tal vez debería emborracharme para mis clases con Melody, mi profesora particular, y así entender todo mejor ya que sólo en este estado máximo de ebriedad era capaz de ponerme a analizar estadísticamente mi entorno.

Y fui aún más consciente de dicho estado cuando me encontré soltando risitas al imaginarme a una versión mía borracha en una clase.

De paso de me di cuenta de que estaba en un taburete cubierta solo por mi lencería.

Ya me parecía que había un poco de frío.

Busqué mi ropa por todas partes para al final darme cuenta de que la tenía en mi regazo y reírme de mi estupidez de borracha, lo que hizo que mi cabeza diera vueltas y tuviera que apoyarla en la barra.

— ¿Problemas en el paraíso? —escuché una voz burlona que casi gritaba a mi lado para ser escuchada.

Con pesar giré un poco mi cabeza sin separarla de la barra, gruñí poniendo los ojos en blanco al ver el destinatario de la voz.

—Tú—solamente fui capaz de formular.

—No pareces muy feliz de verme —obvió el chico al ver mi reacción.

Lo que causó que me irritara aún más y finalmente levantara mi cabeza para apoyarla en mi mano, mientras mi codo sobre la barra sostenía mi peso, siendo yo incapaz de hacerlo.

—Tu capacidad deductiva es sorprendente, Alex — contraataqué con los ojos entrecerrados y no por mi repentino enojo, sino porque casi no era capaz de mantenerlos abiertos.

— ¿"Deductiva"? ¿"Sorprendente"? Lo es que puedas pronunciar esas palabras en tu estado—me señaló, sin que nada perturbara su actitud divertida.

— ¿Y cuál es mi... mi estado, según tú, cerebrito? —interrogo a pesar de ya saber la respuesta.

—No puedes sostener el peso de tu cabeza sola, Ocean—mi nombre se deslizó delicadamente por sus labios y por un momento los míos se entreabrieron y me lo quedé mirando.

Lo había dicho con tal naturalidad y confianza, como si me conociera de toda la vida, como si le diera un beso a cada letra antes de dejarlas salir por sus labios, como si fuera sumamente importante pronunciar mi nombre para que quedara claro lo que había dicho anteriormente.

De repente, un escenario de él emitiendo mi nombre, pero en unas circunstancias completamente diferentes vino a mi cabeza.

Le atribuí ese pensamiento a mi ebriedad y sacudí mi cabeza, como si así pudiera sacudir también las impurezas que se alojaban en ella, pero lo único que logré fue estropear el inestable equilibrio que la mantenía erguida y que me diera un golpe en la oreja contra la barra, confirmando la hipótesis de Alex.

Fuck — ah, sí, eso era otra cosa, cuando me emborrachaba se me daba por hablar en inglés y hacerme la norteamericana, era todo un show.

Tal vez no todo acabe mal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora