12. En fin, los traumas

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12. En fin, los traumas

—¿Disculpa? —Volteo a ver a Sabrina, que se encuentra encogida en su sitio como si esperara el ataque de una bomba atómica.

—¿Acaba de decir lo que creo que acaba de decir? —pregunta Javier, sin dirigirse hacia nadie en específico.

—Bueeno, eso depende de... —empieza a formular la rubia, sin atreverse a alzar la mirada y con sus dos dedos índices señalándose entre sí, en un gesto de timidez.

—¡Sabri! —la interrumpo, la anterior discusión me había dejado alterada y con la respiración agitada.

En cualquier momento iba a ponerme a chillar como King de The Owl House cuando se enojaba, pero mucho menos tierna y mucho más agresiva.

—¡Ya! ¡Bueno, ya! —suspira dramáticamente, enrollando un mechón de pelo en uno de sus dedos, jugueteando nerviosa con él —. Es que dice que no quiere salir de la casa para teñirse el pelo —confiesa. Tan bajito que casi no la escucho.

Javier bufa y yo me quedo boquiabierta.

—¿Pero en qué está pensando ese idiota? —Aprieto mis puños, aun sin despegarme de la pared—. ¿¡Cómo que no quiere salir de la casa!? Agh, qué fastidio con este man, ya va a ver. —Me dispongo a empezar a descender por las escaleras, gruñendo.

—Otra vez lo mismo, estamos intentando arreglar las cosas, viene alguien, te nombra al pendejo ese, y te vas. —Logro escuchar las palabras de Javier—. Increíble, Ocean. Nuevo nivel de obsesión desbloqueado.

La sangre me hierve, tanto o más que cuando tuve mis primeras discusiones con el rubio. Me paralizo casi a punto de bajar, me volteo lentamente hacia él, y le echo la mirada más helada que puedo elaborar. Mientras parece que Sabrina en cualquier momento se desmaya, como si fuera a ella a quién voy a hacerle algo.

—Uno: no estábamos "intentando arreglar las cosas" —Hago la mímica de comillas—, eras tú gritándome cosas que, de paso, no son ciertas y YO sola intentando tener una discusión civilizada, porque tú estabas demasiado ocupado muriéndote de nosequé, ya que dices que no son celos —Pauso para tomar aire—. Ah, y yo no me revuelco ni con él, ni con nadie. Ten un poco de respeto, imbécil.

No me detuve a ver su reacción ni a esperar alguna respuesta de parte de él, simplemente di media vuelta y empecé a bajar las escaleras, enumerando los insultos que iba a decirle a el condenado italiano ese al llegar.

Pero algo me incomodaba. Y era qué, incluso luego de haberlo negado mil veces y de que el personaje en mi cabeza que representaba a la furia se preparara para explotar y hacer alguna cosa de la que me arrepentiría luego, me pregunté hasta qué punto estaba segura de que las cosas que había dicho Javier no eran ciertas, y hasta qué punto mi enojo se debía a que me las echara en cara.

Anyways, tampoco pensé mucho en eso. Cuando no tuviera que ir a hacer un par de reclamos a un par de personas me pondría a analizar mi existencia.

¿Qué hora es? Oh, sí. La hora de repartir putazos.

Vuelvo a cojear escaleras abajo, sosteniéndome de la pared y haciendo de vez en cuando muecas de molestia por toda esta situación de mierda.

¿Era que todos se habían puesto de acuerdo para irritarme?

Al llegar, me planto allí, con los brazos en jarras, y pasan algunos segundos hasta que los tres chicos restantes en la mesa se callan y me voltean a mirar, cada uno con una expresión diferente:

Jhon conteniendo la risa y observándonos a todos aleatoriamente, como esperando a que alguien dijera algo y comenzaran los arañazos y jalones de pelo.

Tal vez no todo acabe mal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora