15. Wey contexto, plis

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15. Wey contexto, plis



Sabrina.

Cuando no tienes nada qué hacer, ¿qué haces?

Te pones a pensar.

Y cuando vives en Hirom, pensar nunca es bueno.

Terminas acostumbrándote a vivir en la superficialidad en la que estamos envueltos todos, o al menos en la que parecen todos vivir, porque yo estaba casi segura de que nadie era tan plenamente feliz aquí como aparentaban serlo. Y terminas también ignorando como algo automático cualquier problemática o incomodidad interna que sientas, esperando que simplemente por eso desaparezcan.

Pero no desaparecen.

Se quedan allí, un revoltijo de sensaciones confusas y que se entremezclan con el tiempo, intentando furiosamente salir, contenidas únicamente por alguna delgada tela o red que encontraras en tu interior, que cada vez se desgastaba más y más con el tiempo y el corroer de las sensaciones que de vez en cuando vienen a destruirlo todo dentro de ti.

Y me daba miedo que en cualquier momento pudiera romperse.

Siempre me pasaba esto al estar mucho tiempo sola: comenzaba a sobre pensar las cosas y con eso, aunque no quisiera, venían recuerdos que había intentado empujar hacia lo más hondo de mi ser para que no afloraran. A veces hasta daba resultado, llegaba a olvidarme por completo de todas esas terribles noches, llenas de agonía, incertidumbre y dudas que me golpeaban por todas partes hasta sacarme el último aliento. Llegaba a olvidar el sótano rojizo al fondo del garaje. Llegaba a olvidar lo poco que recordaba de todo aquello terrible que había sucedido antes de llegar a Hirom.

Pero siempre volvían.

Y no estaba dispuesta a soportar eso.

Tenía que salir de allí.

Antes de que comenzara a colapsar.

Así que me puse los primeros zapatos que encontré, un vestido que me quedaba un poco grande y tenía un par de manchas de salsa en la falda, pero no importaba demasiado, no me maquillé ni nada, tampoco me peiné mucho; junté mi cabello en una cola baja de la que luego se salieron varios mechones que me molestaban.

Iba a la casa de mi querida y obstinada mejor amiga, así que no pasaba nada.

No era tan lejos, así que decidí ir caminando las seis calles hasta su casa, así tenía tiempo de que mi respiración se normalizara y mi corazón se calmara. Tiempo para no pensar.

Al llegar, no toqué la puerta, y ese fue mi primer error.

Porque Maikel estaba sentado de rodillas, tal vez buscando algo, justo en el suelo del umbral de la entrada.

Y me caí encima de él.

Pero no fue una caída normal de comedia romántica, en la que la chica se tropieza con el chico, ambos caen al suelo, la protagonista encima del bad boy, con las manos sobre su pecho, y este con una sonrisita socarrona. O en su defecto, nadie termina en el suelo, sino que para evitar que alguno caiga el chico le rodea la cintura con los brazos a la nueva en la escuela, y tienen un momento de tensión en el que se miran a los ojos y hay un aura magnética.

Cualquiera de esas hubiera sido mejor.

En cambio, mi cerebro se adelantó a los acontecimientos y le mandó órdenes a mis piernas para que, antes de la desgracia, lo rodearan de lado, pero eso no pasó porque tropecé con una de sus rodillas que había movido (supongo también en un intento de evitar lo inevitable) y caí de espaldas, soltando un chillido, perpendicularmente a Maikel.

Tal vez no todo acabe mal [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora