Capítulo 2: Wary rhyme with Sympathy

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Entré de nuevo en el salón, conteniendo la respiración. Malfoy no se había movido y me miraba con las manos cruzadas bajo la barbilla cuando entré.

-Déjame dejarlo claro desde el principio, no eres bienvenido aquí. Olvida todos tus planes de juegos mentales, suicidio por provocación y otros alegres planes. No voy a entrar en tu juego. Lo único que puedo ofrecerte es una tregua para tus últimos días, así que no intentes hacerme cambiar de opinión-.

Me miró con curiosidad, mostrando sorpresa ante mis palabras.

-Estoy absolutamente en contra de la pena de muerte y por muy despreciable que seas, no deseo que mueras. Tampoco se la deseo a tu mujer, a la que tenía en gran estima. Si hubiera podido hacer algo, lo habría hecho, créeme-, continué en voz baja, la culpa me atenazaba al pensar en Narcissa. -Todo lo que puedo ofrecerle es ayudar a su marido a pasar sus últimos días en simple paz. Así que... tiende la mano-.

Levantó una ceja perpleja y para salir de su aparente impasibilidad, debió sorprenderse bastante. No era vil ni cruel y había decidido utilizar el método suave en el primer paso. Aunque creyera en cada una de mis palabras, tenía en cuenta que un hombre a las puertas de la muerte estaría mucho más inclinado a aligerar su alma todo lo posible antes de partir y podría así dar información vital sobre los mortífagos en fuga.

No se movió, analizándome de pies a cabeza con extrema suficiencia y desconfianza. Levanté los ojos al cielo y me acerqué por mi cuenta. Le agarré las muñecas magulladas y le subí las mangas. El contacto piel con piel hizo que algo en mi interior saltara y le miré sorprendido. Se limitó a mirarme sin decir nada y con una intensidad que me asombró. Aparté la emoción nacida de este simple contacto y la asocié con el asco, con toda seguridad. Al ver la Marca Tenebrosa empañada en su muñeca pude entender el porqué.

Con un movimiento de mi varita, analicé los hechizos de las esposas y los desarmé uno a uno para que el Ministerio no fuera notificado de su retirada. Me centré en sus antebrazos, sorprendentemente musculosos a pesar de su estancia de cuatro meses en Azkaban, dejando sus venas al descubierto. Finalmente, deshice las esposas, que sonaron con un fuerte chasquido. Inmediatamente levantó las manos frente a su cara antes de masajear dolorosamente sus probablemente entumecidas muñecas.

-Le agradezco-, me dijo en un tono tan noble que sentí la burla que destilaba su exacerbada cortesía.

-Por supuesto, si sientes el impulso de herirme físicamente, en vista de lo que he visto, morirás antes de hacer el más mínimo gesto por un juramento inquebrantable-, añadí, inocentemente.

No temía mucho, pues había recibido un entrenamiento físico que compensaba el hecho de que yo fuera unos centímetros más bajo que él. Y mi aspecto era mucho más delgado.

-No tengo intención de hacerle daño, señor Potter-, respondió en el mismo tono.

-Muy bien, ahora que está claro, sígame. Te pondré en una habitación de invitados-.

Salí del salón y él me siguió con un paso felino que yo vigilaba por el rabillo del ojo. De dos en dos subí los peldaños que estaban enraizados en el vestíbulo y que conducían al pasillo que estaba dividido en dos alas separadas e inmensas. Tomé la de la derecha y caminé varios metros antes de detenerme frente a una habitación contigua a mis aposentos. Al menos podré vigilarlo.

Abrí la puerta y me aparté para dejarle pasar. Me dio las gracias con una profunda inclinación de cabeza, como un automatismo arraigado en su actitud aristocrática. No estaba acostumbrado a esas fuertes cortesías y a veces olvidaba que yo también era un noble a los ojos de la comunidad, como Lord Potter-Black.

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