Capítulo Veintiuno: Bestia de Hielo

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Emdrick

—Con cuidado —. Reí mientras sostenía sus brazos.

—Amo, esto no está bien —murmuró sujetándose de mí—, tengo miedo.

—Yo estoy aquí, Die —lo miré con una sonrisa—, y te prometo que nada malo te pasará mientras yo lo esté.

Él sonrió nervioso y cuando tropezó, lo sostuve con fuerza.

—Tranquilo. Está bien.

—Es difícil.

—Es tu primera vez, es normal que tengas miedo, pero yo te cuidaré.

Die me miró y sonrió de inmediato.

—Lo sé, amo.

Diederik había quedado fascinado con el patinaje en el hielo y, ahora que todos estaban dormidos, decidimos escapar un rato y patinar por nuestra cuenta en el lago pequeño de la casa.
No se me había ocurrido una mejor forma de acercarme a él que no fuera por algo que yo amaba y que quería compartir con él.

—¿Tú hiciste esto por mucho tiempo? —. Me preguntó.

—Cuando era joven lo hice —asentí—, fui campeón del mundo cuatro veces, pero me retiré del patinaje cuando cumplí la edad para convertirme en un rey en entrenamiento.

Me encogí de hombros.

—Ahora sólo es un recuerdo, pero el hielo siempre fue mi pasión.

—¿Por qué lo dejaste si lo amabas?

—Porque hay cosas más importantes que el patinaje —sonreí al verlo—, la familia y mi reino lo son todo para mí y jamás me importó sacrificar mi carrera como atleta por ellos.

—Entonces eres feliz como príncipe —sonrió al sostenerse de mí—, eso me da mucho gusto, amo. Verte feliz me hace feliz también.

Sonreí con su confesión genuina y no pude decir nada al respecto.

Diederik sin duda alguna era un ser genuino e inocente que demostraba su afecto como realmente lo sentía.
No tenía más miedo a mostrarse tal como era y al menos me alegraba que, durante este tiempo juntos, me había ganado su confianza de verdad.

Él es sin duda mi mejor premio por esta aventura.

—¿Lo estoy haciendo bien? —. Preguntó.

Yo lo llevaba de las manos mientras que él aprendía a mantenerse en equilibrio sobre los patines.

—Claro —afirmé—, puedo soltarte ahora.

—No —me miró asustado—, no lo hagas, caeré.

—No lo harás.

Lo solté con cuidado y seguí estirando mis brazos para que él sintiera confianza para seguir.

—Lo hacer muy bien, Die.

—Tengo miedo —rió asustado—, pero es divertido intentarlo a pesar de saber que puedo caer.

—Está bien, Die. Puedes hacerlo.

Diederik siguió mi camino, pero en cuanto giré, él tuvo problemas y se sujetó de nuevo de mí.

—No me sueltes, no me sueltes —pidió asustado. Tenía los ojos cerrados—, por favor.

—Tranquilo —reí abrazándolo al detenerme—, estás bien, no pasó nada.

Diederik se aferró con fuerza a mis brazos y evitó mi mirada ocultando su rostro en mi pecho.

El Destino De Un Alfa © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora