Después de sus breves vacaciones en Blackpool, las cosas parecieron mejorar para la pareja.
Era como si hubiesen cambiado el chip dentro de sus cabezas y ahora vieran el mundo con otros: de una forma nueva y parcialmente optimista. Tal vez no precisamente llena de colores y lentejuelas, pero sí de una forma mucho menos complicada. Ambos agradecieron al cielo —en el caso de Snape, a las probabilidades— por esta reciente paz y rogaron en secreto que se mantuviera presente en sus rutinas por el resto de octubre y casi todo noviembre.
Por un lado, me da mucho gusto decir que Snape había notado cierta mejoría dentro de su vida durante las siguientes semanas. Por lo menos, sentía que ya no estaba atrapado en el mismo punto en el que estaba a inicios de año y eso era todo un logro para alguien que apenas lograba salir de casa más que para ir al trabajo o comprar comida en la esquina.
Ahora tenía una mascota que lo obligaba a salir de casa casi a diario para dar largas caminatas por el vecindario, ir a jugar al parque y tomar su necesaria dosis de vitamina D los fines de semana. Según Lamarck, no había nada mejor que un necesario baño de sol y él no podía estar más de acuerdo —siempre y cuando no sobrepasara los 30 minutos—. Asimismo, cada vez se sentía más enérgico y con más ganas de hacer sus cosas. Tal vez se debía a las buenas vibras que le transmitía aquel cuadrúpedo cada vez que lo recibía moviendo la cola al llegar a casa.
Nunca había visto a su mascota de tan buen humor como ahora y no era para menos. Desde que se había convertido en el novio de Hermione, la castaña había retomado su vieja rutina de ir a su casa alrededor de las 10 a.m. para llevar al cachorro al parque y pasar el resto de la mañana jugando mientras él trabajaba.
Esos dos eran tal para cual, solía pensar durante el almuerzo, cuando se tomaba unos minutos para revisar su teléfono y ver las fotos que la bailarina le mandaba de ellos dos jugando a la pelota. Simplemente no podían vivir lejos el uno del otro.
Desde luego, esta era una situación que le beneficiaba en gran medida, le agradaba que se llevaran tan bien. Le proporcionaba una extraña sensación de alivio. Lamarck conformaba una parte fundamental en su vida, básicamente era uno de los principales pilares que mantenían en pie su frágil estabilidad emocional. Saber que esos dos se querían le traía paz.
Por otro lado, esperaba poder decir lo mismo de sus amigos, los otros "pilares" de su vida.
No quería ser pesimista —está bien, tal vez solo un poco—, pero había una pequeña vocecita en su interior que le repetía una y otra vez que Hermione tendría que dar su máximo esfuerzo si quería que sus criticones amigos la vieran con buenos ojos, sobre todo cierta rubia aristocrática hija de la alta nobleza de todo el Reino Unido.
Sí, ya sabes de quién hablo.
Solo le bastó con poner un pie en la capital inglesa para que la "encantadora" Narcisa Malfoy saltara sobre él cual león a su presa, lista para bombardearlo con un arsenal completo de preguntas mal disimuladas acerca de su "interesante conferencia de física en Blackpool".
¿León?
No.
No diría que Narcisa fue precisamente un león esa noche. Si le preguntaban, Snape diría que su amiga se asemejó más a una serpiente cascabel que a uno de esos enormes gatos salvajes. Cada vez que estaba a punto de lanzar su letal mordida, agitaba su cascabel anticipando su ataque. En varias ocasiones, la vio contenerse mientras observaba atenta cada uno de sus movimientos en la mesa, esperando verlo flaquear o decir algo que, inconscientemente, lo delatara mientras conversaba con Lucius. Cada diez minutos o tal vez menos, solía lanzar preguntas que podían ponerlo en aprietos, preguntas sobre cosas muy específicas y difíciles de responder si es que no eras una persona hábil con las palabras o un buen mentiroso.
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¿Bailamos?
ФанфикDespues de un tormentoso divorcio y múltiples fracasos en su vida, Severus Snape está cansado de vivir una vida demasiado tranquila en un mundo lleno de parejas felices. Aburrido de su rutina, un día decide inscribirse a una clase de baile de salón...