CAPÍTULO 26

646 37 117
                                    

A la mañana siguiente, los tenues rayos del sol de otoño se filtraron por su ventana, apenas iluminando la habitación. Aun así, había suficiente luz como para determinar que ya era de día. En la enorme cama king size, yacían los cuerpos calentitos de nuestros dos dormilones amantes, enredados tanto bajo las frazadas como entre ellos mismos. Sus piernas cubrían las del otro y sus brazos se aferraban al cuerpo junto al suyo para obtener un poco del calor que emanaba.

La escena era tierna: Hermione Granger y Severus Snape completamente dormidos, abrazados uno al otro. Ambos con los cabellos alborotados; los cuerpos, cansados y los pijamas, arrugados. Otra cosa que compartían además de ese aspecto desaliñado de la mañana era aquella expresión pacífica que decoraba sus rostros completamente ajenos de la realidad, del aquí y del ahora.

Todavía perdido en el mundo de los sueños, Severus Snape frunció ligeramente el ceño antes de estirarse un poco, buscando acomodarse en una posición mucho más agradable para seguir durmiendo. Intentó darse la vuelta para extenderse con total libertad, pero algo se lo impidió.

Más bien, alguien.

Sintió un par de brazos delgados rodeando su cuello, deteniéndolo a medida que se movía. Snape tuvo que parpadear numerosas veces antes de que sus ojos somnolientos pudieran enfocar bien lo que sea que tuviera al frente. Una mata inmensa de rizado cabello castaño completamente enredado obstaculizaba todo su campo de visión. Hermione Granger dormía aferrada a él, pegada a su cuerpo como una lapa, escondiendo su pequeño y pecoso rostro entre su pecho y su propio cabello. La joven se removió sobre él, restregándose contra su pecho sin cuidado, y se aferró más a él, dejando escapar un gemido adormilado.

Snape frotó sus ojos cansados con sus dedos para despertar por completo, quitando aquella tenue capa nebulosa que le impedía ver la belleza de su amante aún dormida. Dejándose llevar por la pereza y el sueño, deslizó de manera inconsciente sus manos por su cintura, bajando hasta el redondo trasero de la joven, sintiendo tanto la suavidad de su piel como la textura de su ropa interior. Su mente traviesa y todavía adormilada no se resistió a apretar ligeramente sus glúteos, abriendo sus manos por completo para atrapar aquellos tersos pedazos de carnes tan apetecibles. Sus dedos apretaron la piel, masajeándola lentamente. Su parte pervertida se estaba dejando llevar por sus instintitos básicos y más primitivos. Su erección matutina no tardó en aparecer, haciendo acto de presencia como todos los días. Su bella durmiente emitió un ahogado quejido que logró arrancarle una sonrisa tonta.

¡Oh! Eso había sonado tan erótico, pensó cerrando los ojos. La mejor forma de despertar, sin duda.

Sus manos siguieron subiendo por su cuerpo, metiéndose debajo de la parte superior de su pijama y recorriendo la piel cálida de su espalda. Como si actuara por efecto de un reflejo involuntario, Hermione arqueó su espalda al sentir los dedos de su amante recorrer su columna vertebral, curvándose como un gato que deseaba ser acariciado. Se giró hacia la derecha, liberando al profesor de su agarre. La bailarina tomó lo primero que sus brazos tuvieron a su alcance, en este caso, una de las tantas almohadas que adornaban la cama y la abrazó dándole la espalda al profesor, quien por fin tuvo la libertad para estirarse a gusto sobre la cama.

Por alguna razón que no lograba comprender le dolía un poco el cuerpo, sobre todo la parte de la pelvis y las rodillas. Hay una determinada edad en la vida de todo ser humano en la cual las rodillas empiezan a rechinar. Por desgracia, él ya estaba en esa edad por lo que no estaba acostumbrado a exigirle tanto a su cuerpo. ¿Qué era lo que había hecho anoche que le dolían tanto las rodillas? Estiró la pierna izquierda para acomodar su miembro dentro de sus pantalones.

Ahí estaba erección matutina, tan puntual como siempre.

¡Ah! ¡Sí! Estuvo haciendo... "eso".

¿Bailamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora