CAPÍTULO 6

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Luego de que Severus Snape pasara la cuarta clase, las cosas en McGonagall's Studio parecieron calmarse. En la quinta, Sirius y Luna lo empezaron a incluir dentro del grupo y, en la sexta, Hermione por fin dejó de mirarlo de esa forma tan fría. El ambiente dentro del salón de baile dejó de ser tenso e incómodo, ahora era entretenido y, aunque Snape lo negara mil veces, le empezaban a agradar sus compañeros de clases. Se divertía con las ocurrencias de Sirius y Harry, Neville le resultaba menos irritante y Luna... Luna seguía siendo ella.

La profesora McGonagall solía felicitarle en algunas ocasiones su progreso -al menos ya no pisaba a sus compañeros... no tanto- e incluso Hermione se permitía dedicarle una pequeña y tímida sonrisa antes de volver a sus asuntos. Se sentía bien ser aceptado, sobre todo por ella, aunque claro, le gustaría intercambiar más palabras que los simples "Hola" y "Adiós".

En fin, el buen humor de Snape no solo se reflejaba en aquella academia de Earl's Court Road, también en el laboratorio del sótano de Hogwarts. Los alumnos no entendían que le había pasado a su temido profesor porque, de la noche a la mañana, empezó a dejar menos tarea de lo usual.

-Y para mañana... solo hagan la página 378, los diez ejercicios, nada más. Nos vemos mañana.

-Profesor, ¿solo 10 ejercicios?

-Sí -los alumnos se quedaron en sus asientos, desconfiados. Tantos cambios no eran normales en su profesor. A inicios del mes, estaba tan triste y ausente como ellos en épocas de exámenes y, ahora, casi a finales de marzo, parecía que le acabaran de decir que había ganado la lotería o algo así. ¡No era normal! ¡Asustaba! -. Ahora váyanse de aquí antes de que cambie de opinión.

Bueno, tal vez no había cambiado tanto... al menos para ellos, porque para los Malfoy, para ellos él era otra historia.

Snape, acompañado de Lamarck, seguía frecuentando a los Malfoy durante los fines de semana y solía almorzar con ellos a mitad de semana en el Heir, donde siempre comía gratis por más que insistiera en pagar. Draco solía llegar de Oxford exclusivamente para jugar con el samoyedo en los hermosos jardines de Malfoy House. El universitario se había encargado la difícil tarea de enseñarle trucos.

En una de las tantas tardes de domingo que compartían juntos en la cocina -la cual se había convertido en el nuevo lugar de reuniones desde que Lucius decidió practicar sus habilidades pasteleras-, los esposos Malfoy y él platicaban junto a unas tazas de té mientras Draco se encontraba mimando a Lamarck en la sala de estar. Los dos amigos charlaban animadamente y, aunque su intención no era excluir a la Sra. Malfoy, esta estaba muy callada, mirando fijamente al profesor con los ojos entrecerrados como si analizara los arreglos finales de algún evento en su hotel.

-¿Qué sucede? ¿Soy o me parezco? -le preguntó el afectado luego de un rato pues ya no podía soportar por más tiempo esa mirada.

-Hay algo diferente en ti, Severus Snape -la rubia pudiente se acercó más a él, como si fuese un gato preparándose a saltar sobre su presa. Snape se alejó sin moverse de su asiento, conocía lo suficiente a su amiga como para saber que, si más intentaba evadirla, más ella se empeñaría en quedarse a su lado- y pienso averiguarlo.

-Cissy, déjalo en paz. Es el mismo Snape de ayer, de hoy y de siempre -le dijo su esposo, vertiendo la mezcla de pasteles en dos contenedores redondos de metal-. Él es como... como las matemáticas, no cambiará nunca.

-Eso es lo más inteligente que te he escuchado decir en toda tu vida, Lucius -comentó burlón el pelinegro-. Incluso más que tu discurso de...

-¡YA SÉ! -gritó de repente, levantándose de la mesa, tan feliz como si acabara de descubrir la cura para el cáncer o el secreto mejor guardado de las altas esferas sociales inglesas. Severus y Lucius se quedaron mirándola en silencio, preguntándose de que hablaba o si por fin Narcissa Malfoy había enloquecido-. ¡Adelgazaste!

¿Bailamos?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora