CAPÍTULO 24

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Tanto Lucius como Narcisa pensaron que la decisión de su amigo había sido un tanto apresurada y para nada metida. Incluso el propio Dr. Sharpe pensó lo mismo cuando se vio en la obligación de informar a ambos aristócratas sobre los últimos acontecimientos. Había sido una total sorpresa y había provocado una pequeña disputa entre Snape y los Malfoy, pero el profesor estaba decidido a cambiar su aburrida rutina una vez más y nada ni nadie lo iba a evitar.

Ahora, puede que se pregunten, ¿por qué Lucius y Narcisa Malfoy tenían que estar al tanto de la asistencia de Snape a sus sesiones de terapia? Pues simple, ellos eran quienes pagaban, por lo que si bien todo lo que ocurriera tras la puerta del consultorio era estrictamente confidencial, ellos tenían derecho a saber si el pelinegro cruzaba esa puerta a la hora y fechas indicadas en las facturas emitidas al finalizar cada sesión. Los Malfoy solo querían lo mejor para Snape y lo mejor en ese momento era Sharpe. Sabían lo mucho que este psicólogo había ayudado a su amigo en el pasado y lo imperativo que había sido su intervención para la recuperación de su estabilidad emocional. Snape había demostrado un gran progreso este último mes, el hombre parecía haber revivido de entre los muertos, lo que significaba que la terapia estaba funcionando tal y como lo esperaban.

Fue por eso que esta inesperada decisión les cayó como un balde agua fría.

—Pero... pero... ¡¿Por qué?! —había exclamado Narcisa dejándose caer completamente ofuscada sobre la silla de escritorio de su esposo en el elegante edificio de cristal de MALFOY CO. — Pensé que la terapia iba bien y que estaba funcionando.

—Lo hace —la tranquilizó Snape con su voz susurrante y clara, la misma que usaba con ella cada vez que la entrar en un cuadro de estrés severo.

Sentado frente a la rubia, el profesor estaba haciendo uso de todo su autocontrol para no explotar como un niño contra ellos. En realidad, él no tendría por qué estar frente a ambos rubios teniendo esta absurda conversación como si fuera un adolescente dándole explicaciones a sus padres por alguna metida de pata. Sin embargo, sentía que debía hacerlo. Ellos no solo le estaban pagando las sesiones, sino que además fueron las primeras personas en estar ahí para él y, actualmente, las más interesadas en su salud.

Eran su familia, habían hecho tanto por él que les debía, por lo menos, una explicación coherente.

—¿Entonces? ¿Por qué quieres dejarla? —la mujer apoyó sus codos sobre la superficie de madera y estiró sus brazos hasta tomar las manos del pelinegro con las suyas. Sus cejas se curvaron hacia arriba en una expresión de angustia y genuina preocupación— ¿Sharpe hizo algo que te molestó? ¿Te sientes incómodo? Sabes que podemos buscar otro...—

—No, no, Cissy —la interrumpió retirando sus manos del contacto de ella—. Sharpe no es el problema, él jamás haría algo para hacerme sentir incómodo, al menos no a consciencia.

—¡¿Entonces?! ¿Cuál es el problema?

—En realidad no hay ningún problema...—

—Pero...—

—Cissy, amor —la voz suave de Lucius Malfoy la interrumpió. Tanto Snape como la rubia enfocaron su atención en el CEO que se encontraba sirviéndose otro vaso de whisky tras ellos—. Por favor...—

—Lucius, ¿cómo quieres...—

—Por favor.

El aristócrata pronunció aquellas palabras de una manera tan firme y solemne que, por primera vez en mucho tiempo, su esposa decidió morderse la lengua y callarse. Narcisa llevaba suficientes años casada con Lucius como para conocer cada uno de sus gestos y tonos de voz. Este último era de advertencia y a buen entendedor, pocas palabras, ¿verdad?

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