You're my religion || NanaIta

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AU. 

"Munda cor meum ac labia mea, omnipotens Deus, ut sanctum Evangelium tuum digne valeam nuntiare" – Dijo antes de empezar con la última misa del día.

El padre Kento Nanami era uno de los sacerdotes más jóvenes que predicaban la misa, había ingresado al sacerdocio a la edad de veinticinco años y ya llevaba dos años en ese rubro. Se sentía afortunado de tener un lugar al cual pertenecer, y a pesar de no considerarse un hombre fielmente devoto, había elegido ese destino porque lo consideraba correcto.

No había sentido atracción o amor romántico por alguien hasta ese momento, fue por eso que creyó que había nacido con el destino ya escrito. Se dedicaría a ser un hombre de Dios.

Claro, eso hasta que ese joven pelirrosa llegó a su vida.

Terminó la misa, y automáticamente se dirigió hacia su habitación, esquivando los intentos de conversación de los demás Padres.

Abrió la puerta, entrando y cerrándola automáticamente. Vio los rosados cabellos que resaltaban bajo las sábanas, y supo la razón por la cual continuaba haciendo lo que hacía. Por él.


Era bien sabido por todos los pertenecientes a aquella Iglesia, el uso especial que le daban a los monaguillos o ayudantes de los sacerdotes. Suspiró pesadamente al recordar cuando escuchó a dos padres -compañeros suyos- hablar de las especiales atenciones que éstos exigían de aquellos niños, sintió asco y repulsión en ese momento; y a pesar de haberlo informado con el cura a cargo de aquella iglesia, sus peticiones fueron negadas debido a que no sólo eran esos dos curas los que cometían tales abusos, todos estaban comprometidos en ello, y si él abría la boca para acusarlos, tendría a decenas de padres y sacerdotes contra él, llamándolo 'pecador', 'blasfemo' e intentando hacerlo desaparecer.

Ya había pasado un año cuando decidió recoger a aquel niño que vio en la última banca de la iglesia escuchándolo y mirándolo fijamente. Al chocar con su mirada, supo que algo estaba mal con él, supo que debía acercarse a él, hablar con él.

Al hacerlo, el niño sólo sonrió intentando esquivar sus preguntas, pero poco a poco todas las palabras reprimidas salieron junto a una gran cantidad de lágrimas.

El niño había quedado huérfano hacía un año, y la única persona que se preocupaba por él, su abuelo- había muerto hace seis meses; por lo que se había visto en la necesidad de vivir en la calle, no tenía pertenencias valiosas lo que le permitía trasladarse de lugar en lugar con facilidad.

En los últimos dos meses, se había visto envuelto en relaciones con hombres por dinero. Con una gran cantidad de lágrimas cayendo por su rostro le contó que todo esto comenzó debido a que había sufrido abusos por los cuidadores del orfanato al que fue enviado cuando su abuelo murió.

Aquellos dos hombres habían ingresado por la noche a la habitación que compartía con los demás huérfanos, mientras él sobaba sus ojos intentando recuperarse de la luz que ingresaba directamente hacia su cama, lo habían sacado de ahí con engaños y lo habían llevado a los baños. Por más llantos y suplicas que había hecho, aquellos no habían tenido compasión de él, dejándolo luego de un rato sobre el frío piso, llorando y con rastros de sangre sobre sus muslos, lo habían destruido tanto externa como internamente. No recuerda como había pasado de estar en su pequeño y cálido departamento junto a su abuelo, haciéndole algunas bromas que alegraban al mayor, a estar en aquel baño, llorando y gritando por ayuda, sin nadie que lo socorriera, sintiéndolo solo y dejando que terminan de una vez por todas con él.

Huyó a los pocos días, intentando evitar volverse a encontrar con aquellos hombres, no sabía cómo reaccionaría al verlos, sólo no quería hacerlo, pensar en ellos le daban náuseas y ganas de llorar, y estaba muy débil emocionalmente como para afrontar algún proceso que incluyera hablar de lo sucedido en los baños.

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