Tuyo || GeIta

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Camina con pasos apresurados y firmes, y con una dirección precisa. Su respiración es pesada pero rápida, y su ceño está fruncido, de manera involuntaria.


Un respiro profundo sale de sus labios, antes de colocar su mano sobre la perilla de la puerta y girarla con fuerza, abriéndola y entrando con presura, sólo para cerrarla automáticamente.

Un adolescente de mejillas abultadas y rosas, que combinan a la perfección con el tono de su cabello, lo mira fijamente, con aquellos ojos marrones, que parecen tener destellos de fuego en ellos. Está sentado sobre la cama, con una de sus piernas, doblada hacia su pecho, y con ambas manos al costado de sus caderas. Lleva puesta una camisa holgada y blanca, que puede reconocer como suya, la cual no llega a cubrir -del todo- los gruesos muslos que se dejan entrever por el dobladillo; al igual que la parte superior de su pecho, dado que cuenta con apenas un par de botones abrochados en la parte inferior.


"¿Qué rayos crees que hacías?" No niega que lo que tiene en frente, lo está tentando a sobre manera, pero ha aprendido a resistírsele.

La curvatura de aquellos finos y delgados labios rosas provocan que su ceño se frunza aún más. "Él ya no está aquí."

Con sólo dar un par de pasos, logra posicionarse a un lado de la cama.


Roza con la yema de sus dedos, la punta de los mechones rosados, mientras poco a poco, baja su mano, acariciando la piel suave y tierna del niño.

"Si vuelves a hacer algo así..."

Su mano desciende hasta el delgado cuello, y se enrosca a la perfección en él, abarcando casi toda su longitud.

"Te mataré antes de que él me asesine." Aprieta con cierta dureza, provocando que las orbes doradas se expandan, la piel de su frente y mejillas, enrojezca, y una delgada vena se haga mucho más notoria en la parte superior de su rostro.


La coqueta sonrisa, ahora se ha borrado, pero la propia, se ha hecho presente.

Acerca su rostro, sintiendo la calidez de la piel joven. 

Una de sus pequeñas manos va a parar -desesperadamente- hacia su pecho, dando cortos, pero duros golpes, intentando liberarse del agarre.

Abre su boca y exhala contra los suaves labios, para luego estirar su lengua y humedecerlos, deslizándola por cada uno de éstos.

Su agarre empieza a hacerse más suave, cuando ambas bocas se unen, en un beso profundo y lento; donde sus lenguas se entrelazan, y los labios se hinchan debido a la succión.

Los delgados brazos envuelven su cuello, acercando y apretando su cuerpo contra el otro. "Suguru." Susurra, de forma que, aquella palabra entonada con ese preciso tono de voz es un golpe directo contra su entrepierna.

"Maldito mocoso."

La distancia que conservan es mínima lo que le permite observar las expresiones del otro, con todo detalle. "Lo siento, no pude resistirme."


-


"Esos hijos de puta." El hombre robusto y gordo, quien yace recargado sobre un amplio sillón, maldice mientras estampa uno de sus pesados puños contra la mesa del comedor. "Han estado robándome." Toma uno de los papeles extendidos, y lo arruga con una de sus manos. "Los quiero muertos, Suguru."

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