44.- 𝑳𝑨 𝑪𝑨𝑹𝑻𝑨 𝑫𝑬 𝑺𝑰𝑹𝑰𝑼𝑺

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—Su colega parece perturbado —dijo Fudge, siguiéndolo con la vista—. Yo en su lugar, Dumbledore, tendría cuidado con él.

—Opino lo mismo, ministro —JJ asintió mientras comía—. Totalmente de acuerdo.

—No es nada serio —dijo Dumbledore con calma—, sólo que acaba de sufrir una gran decepción.

—¡No es el único! —repuso Fudge resoplando—. ¡El Profeta va a encontrarlo muy divertido! ¡Ya lo teníamos arrinconado y se nos ha escapado entre los dedos! Sólo faltaría que se enterasen también de la huida del hipogrifo, y seré el hazmerreír. Bueno, tendré que irme y dar cuenta de todo al ministerio...

—¿Y los dementores? —le preguntó Dumbledore—. Espero que se vayan del colegio.

—Sí, tendrán que irse. Nunca creí que intentaran darle el Beso a unos niños inocentes... estaban totalmente fuera de control. Esta noche volverán a Azkaban. Tal vez deberíamos pensar en poner dragones en las entradas del colegio...

—Eso le encantaría a Hagrid y a Jade —dijo Dumbledore, dirigiéndoles una rápida sonrisa.

—¡Ah!, Y podrían traer a mi futuro esposo para que los cuide —Kiara asintió frenéticamente—. Charlie Weasley —explicó al ver las caras de confusión—, nos casaremos en un tiempo.

—No le hagan caso —dijo Potter—. Tiene una gran imaginación.

Cuando Dumbledore y Fudge dejaron la enfermería, la señora Pomfrey corrió hacia la puerta y la volvió a cerrar con llave. Murmurando entre dientes, enfadada, volvió a su despacho. Se oyeron unos leves quejidos. Ron y Hermione se acababan de despertar. Los vieron sentarse y mirar a su alrededor.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ron.

—¿Chicos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde está Sirius? ¿Dónde está Lupin? ¿Qué ocurre? —siguió Hermione.

La pelinegra y el ojiverde se miraron.

—Explícaselo tú —dijo JJ, agarrando un poco más de chocolate.



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Cuando los cuatro dejaron la enfermería al día siguiente a mediodía, encontraron el castillo casi desierto. El calor abrasador y el final de los exámenes invitaban a todo el mundo a aprovechar al máximo la última visita a Hogsmeade. Sin embargo, a ninguno le apetecía ir, así que pasearon por los terrenos del colegio, sin parar de hablar de los extraordinarios acontecimientos de la noche anterior y preguntándose dónde estarían en aquel momento Sirius y Buckbeak.

Cuando se sentaron cerca del lago, viendo cómo sacaba los tentáculos del agua el calamar gigante, Kiara perdió el hilo de la conversación mirando hacia la orilla opuesta. Sin duda tenía que hablar con Sirias, Alexander y Sofía; ellos le habían ocultado algo que por más que se quisiera, no se podía pasar por alto.

𝐉𝐀𝐃𝐄 𝐘 𝐄𝐋 𝐏𝐑𝐈𝐒𝐈𝐎𝐍𝐄𝐑𝐎 𝐃𝐄 𝐀𝐙𝐊𝐀𝐁𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora