CAPÍTULO 4

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Temperature-Sean Paul

Las velas de la mesa hacen titubear sus llamas cuando la suave brisa las acaricia. Mire a donde mire el aspecto sofisticado y elegante no desaparece. Algo obvio si tenemos en cuenta que este es uno de los restaurantes favoritos de Vicenzo. Sus dedos y los míos se encuentran entrelazos por encima de la mesa y su pulgar no deja de trazar caricias en el dorso de mi mano a un ritmo tranquilizador.

Sonrío en su dirección mientras dejo que siga acariciando mi piel. Mi visión viaja por todo su cuerpo, viendo como la camisa blanca se ajusta a su cuerpo, los anillos de oro de sus dedos haciendo contacto frío con la piel, su pelo negro peinado de forma elegante y la piel con ese moreno mediterráneo. Pequeñas líneas blancas se esparcen por la piel de sus manos, recordándome una de sus confesiones.

Era un día como otro cualquiera, llevábamos poco tiempo en esta relación extraña y me di cuenta de que por todo su cuerpo había pequeñas cicatrices, algunas simples líneas rectas y otras eran hendiduras redondas en la piel. Mi curiosidad a veces podría considerarla un defecto, así que pregunté. Él no mostró reparos conmigo a la hora de contármelo. La verdad era simple y sencilla, su padre era un abusador que pensaba que las lecciones calaban más hondo a base de palizas.

Pestañeo y alejo el recuerdo.

—¿Cuántos días pasarás en Seattle? —su voz suena sedosa y varios tonos más bajo de lo normal.

—Un día, dos como mucho.

—Siento que no puedas estar más tiempo con los tuyos.

Sonríe débilmente y le correspondo con un ligero apretón de manos. Aparece uno de los camareros depositando nuestros platos frente a nosotros. Descorcha una botella de vino y la sirve en las copas, para acompañar la comida. Vicenzo resulta ser un amante de los vinos y en este restaurante le sirven uno distinto para cada plato, todos después de haber sido delicadamente elegidos por él.

Balancea la copa, aireando el vino.

—Realmente no es culpa tuya, es de tu padre. —digo cuando el camarero nos deja a solas. Carraspeo antes de seguir. —Me gustaría disculparme por lo de hace unos días.

Levanta las cejas, sorprendido.

—¿El qué necesita una disculpa?

—El otro día me pasé con lo que te dije. —jugueteo con sus dedos. —Me gustas, Vicenzo.

—Tu también a mí, mia piccola diavola

—Solo que necesito hacer las cosas a mi ritmo, no estoy lista para casarme, ni siquiera para pasar a un nivel más serio de lo que tenemos ahora. Yo estoy bien con las cosas así, estoy cómoda contigo y me gusta lo que tenemos, ¿tú no?

—Claro que estoy cómodo y me gusta lo que tenemos. —su cuerpo se reclina sobre la mesa hasta alcanzar mi mejilla. La acuna. —Se hará a tu modo o no se hará, tranquila. Perdóname a mí por haber insistido. A veces se me olvida el daño que te han hecho.

Me gusta Vicenzo, de verdad que sí. Al principio solo dejé que se acercara a mí con la intención de sonsacarle todo lo que pudiera sobre su padre y sus movimientos. No sé en que momento comencé a interesarme más en su persona que en lo demás. Tal vez sea esa aura enigmática que lo rodea siempre o la sensación de estar jugando con una serpiente que en cualquier momento puede morderte la mano, dotando todas las situaciones de un plus de adrenalina.

—Gracias por entenderlo.

A veces una debe sacar a su niña interior para conseguir lo que quiere.

La cena trascurre entre miradas furtivas, sonrisas coquetas, besos en los nudillos, un pie que juguetea por debajo de la mesa y para el final de la cena, mi cuerpo está al borde de las llamas. Vicenzo hace llamar a un taxi y nos lleva hasta la dirección de su apartamento, situado en pleno centro de Sídney, donde viven artistas y la gente más "chic" de la ciudad.

El Juego del Escorpión #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora