Ojalá todos mis problemas se resolvieran hoy.

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¿Alguna vez te has sentido solo estando rodeado de personas?, como si nadie a tu al rededor se sintiese como tú, como si nadie escuchara los mismos sonidos o caminara por el mismo suelo, a veces me encuentro mirando el cielo esperando a que algo pase, pienso en lastimarme o huir de todos, imagino en las noches que muero y nadie llora, pero supongo que ahora un par de personas llorarían si algo me pasara. Ser un demonio era demandante y no podía negar que estaba nuevamente muriendo de hambre, no era sólo ese dolor de estómago que te da cuando pasas la noche sin comer, era más bien un llamado que me empujaba a querer clavarle los dientes a cualquier cosa que se moviera a mi lado, me ardía la sangre y en mi boca iniciaba un incendio... no literalmente, claro.

Caminamos por el bosque, Maximilián iba en su propio mundo y sí que le envidiaba, el silencio se tornaba incómodo y envolvente, Sedric por su parte iba caminando lento e inseguro, se puso su collar y estrenó su encendedor con un cigarro de menta, el humo era su fiel amigo... Yo trataba de ocultar mi instinto asesino, pero no lograba manejar el crujir de mi estómago, tenía que pensar en otra cosa... pensar en flores, en libros, en la escuela... pensar en carne, en tripas, en sangre, dios... no iba a sobrevivir a este viaje.

- Ahí están -dijo Maxi señalando entre los árboles.

Había dos cuerpos repartidos en el suelo, se trataba de dos mujeres vestidas de negro con capuchas y dibujos extraños en el cuerpo, tatuajes en la cara y estaban descalzas.

- ¿Están muertas? -preguntó Sedric.

- ¿Quieres que les pregunte? -le dijo Maxi.

- Están muertas, fueron sacrificadas también, quien sea que haya hecho esto invocó a más de un demonio poderoso -expliqué- tenemos que buscarlos.

- ¡No es necesario buscar! -exclamó asustado Maxi retrocediendo.

Desde uno de los árboles saltó Leviatán, el demonio rojo del infierno, con un gruñido y cayendo en cuatro patas se manifestó molesto y salvaje.

- ¡Leviatán! -le grité- ¡Tienes que calmarte!, ¿Quién te ha invocado?

- Rey Nícolas -sonrió con cinismo- El príncipe Sathiel estará contento de saber que está merodeando con dos mortales completamente desprotegido -dio un silbido.

El suelo temblaba con fuerza, se acercaban a nosotros los demonios y el tal Sathiel, teníamos que huir, no teníamos oportunidad contra ellos, éramos tres y de nosotros sólo yo podía pelear, entonces llegaron confirmando mis temores, tomé a Maxi del brazo y lo posicioné tras de mí, Sedric me tomó la mano y me estaba jalando hacia el camino de vuelta, pero era tarde, un joven de cabello rojizo se aproximó junto con una mujer de piel verdosa y cabello mojado y lacio, ambos tenían ojos amarillos y grandes, estaban listos para pelear.

- Así que tú eres el rey Nícolas -dijo el joven- déjame presentarme, soy Sathiel, príncipe de Sanguis, hijo del Rey Narcis Plogojowitz, es un placer- estiró su mano y la estreché con desconfianza- ¿Qué haces con mortales?, ¿Te los comerás?, podemos compartir, ese castaño no me vendría nada mal -se saboreó.

- ¿Qué? -cuestionó Maxi aterrado.

- Son mis amigos, guardianes reales -aclaré- ¿A qué se debe el placer de su visita?

- Oh, verás, mi amiga que está... -se volteó rebuscando- bueno, estaba aquí hace un segundo, es una mortal que nos ha ofrecido varios sacrificios por un simple favor, como imaginarás estamos complacidos, nos ha regalado no sólo dos almas humanas -señaló los cadáveres- sino también un alma de demonio, lo que nos mantendrá tan fuertes por hoy como nunca, así que queremos ayudarle, ¿No te opondrás a concederle un deseo a una pobre mortal?, es decir, ya que eres amigo de ellos.

El Reino de Morte (l)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora