Capitulo Treinta y Cinco

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Eros Morón

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Eros Morón

Las cosas buenas llegan en momentos difíciles, en situaciones angustiantes y en posibles circunstancias dónde estás a punto de dejar de tener fe por lo bueno y por las cosas que mereces después de todo un sacrificio.

Me paseo de un lado a otro en la biblioteca, la noticia de mis hermanos con los que conviví nueve meses y después desaparecieron me deja tan absorto en mis pensamientos que no logro escuchar lo que mi abuelo me dice.

—Eros carajo que vengas acá y le des un abrazo a tu amado abuelo— me sonríe con picardía

—Abuelo— Gruño medio confundido aun.

Me acerco a el fundiéndonos en un gran abrazo que me hace pensar que tanto es mi amor por él, la respuesta no debo pensarla porque es de las personas que más me importan en el mundo.

— ¿Cómo esta Atenea? — La voz de Marcos me hace separar de mi abuelo.

— ¿Quién es Atenea tu novia? — mi abuelo pregunta curioso cosa que me causa ternura.

—No, abuelo Atenea es mi prometida— me mira y luego mira al techo y repite la acción varias veces. —Tiene envenenamiento en la sangre y no le dan más de tres meses pero abuelo yo la amo y no la voy a dejar.

—Mi muchacho siempre me has hecho sentir el abuelo más orgulloso de todos, salvaste la vida de tu hermano y pronto la de tu hermana también— me besa la frente —Eres un ángel porque a pesar del maltrato de tu padre aun lo amas con la misma intensidad.

Nos despedimos de mi abuelo después de largas horas de charla dónde le pido que sea quien me entregue al altar.

Camino en silencio asimilando que tengo dos hermanos que nacieron el mismo día que yo, de la misma madre y del mismo padre tan diferentes a mi y tan igual entre sí.

—Eros— Alaska me detiene en medio de mi caminata.

—Dime— Aun no olvido esa foto

—Quiero conocerla para pedirle disculpas, ella no es mala y yo me porte como una perra aun sabiendo que eras mi Hermano.

Asiento retomando mi camino, aún sigo medio molesto por su tontería pero por dentro mi alegría está a nada de asfixiarme.

— ¿Cuál es su estado de salud? — Me pregunta Marcos a medida que avanzamos al estacionamiento dónde suben conmigo a mi auto.

—Tres meses, nunca estuvo enferma de lo mismo que tenías tu que fue el motivo por el que yo fui al centro especializado para encontrar una cura, su madre la envenenó.

— ¿Cómo puede una madre hacer eso? — Me quito la chaqueta cuando arranco el vehículo, las cicatrices en mis brazos se siguen notando porque muchas veces se me infectaron por mi falta de atención

—Lo mismo quisiera saber yo— suspiro y no es un suspiro de cansancio es más bien uno de dolor.

—La misma respuesta para esa pregunta es la misma para la pregunta de cómo nuestro padre fue capaz de golpearte tanto— Alaska habla en medio de un sollozo que me pone a pasar saliva.

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