Capítulo 3.

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Era buena en los estudios, no era la típica chica que constantemente sacaba dieces; pero sí sacaba sietes, ochos, nueves y por supuesto algún que otro diez, no se me daba mal estudiar, al contrario, me gustaba. No necesitaba demasiado esfuerzo para sacar buenas notas, con estudiar un poco cada día era suficiente. 

Tenía todas las amigas que una niña pequeña puede tener y no tenía ni una sola preocupación. Era feliz. Me sentía irrompible. Ojalá pudiera volver atrás y quedarme estancada en ese tiempo. Todo hubiera sido más fácil, mi vida habría sido perfecta.

Al ser hija única tenía que lidiar cada día con el aburrimiento que me acechaba en cada esquina, pero realmente eso no era barrera, se me ocurrían mil cosas para hacer a cada momento. Leía bastante, mi estantería estaba siempre plagada de libros infantiles, cuentos y de todo un poco. Leer siempre fue mi vía de escape, en ese instante en el que mis manos rozaban un libro desconectaba del mundo por así decirlo, me sumergía en nuevas aventuras, nuevas vidas. Jugaba con mis muñecas, les cepillaba pacientemente el pelo y les cambiaba de modelito una y otra vez, sin cansarme. Me apasionaba hacer puzzles, según mi madre decía que era capaz de hacer puzzles completos con apenas tres años. También dibujaba mucho, no se me daba del todo mal, así que dejaba volar mi imaginación y plasmaba en el papel absolutamente todo lo que se me venía a la mente. 

Era una niña dócil, sin maldad alguna, sensible, extremadamente vulnerable y débil. Siempre, desde que tengo uso de razón me ha afectado muchísimo todo lo que decían de mí, para bien o para mal. Es por eso que tal vez se aprovecharon de mi debilidad, para humillarme, para destrozarme y dejar mis piezas esparcidas por ahí. Sin poder regenerarse de nuevo. 

Alma gélida y de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora