Capítulo 5.

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Por suerte mis amigas siempre salían en mi defensa porque yo era demasiado cobarde para enfrentarme a los que me llamaban gorda y rara. Yo no entendía cómo podían llamarme gorda si realmente no me veía de esa forma. No comía en exceso, y ni siquiera me llevaba desayuno al colegio, no comprendía el porqué me atacaban con eso, y en caso de que sí estuviera gorda, ¿qué tenía eso de malo? ¿acaso no tenía derecho a tener una vida normal por tener unos kilos de más? Y me frustraba, eso acababa afectándome tanto en mi forma de ser como en mi comportamiento con las demás personas. Cada vez era más reservada y solitaria. Mi infancia no fue del todo agradable, aunque acabé por acostumbrarme y le fui dando poca importancia, porque al fin y al cabo era una niña de apenas unos siete u ocho años. Todo estaría bien al día siguiente.

Otro motivo por el cual mis compañeros se burlaban de mí era por las clases de gimnasia. Era, soy y seré una negada para el deporte. Desde que recuerdo y tengo memoria he sido tremendamente patosa y siempre estaba tropezando y cayéndome al suelo, apenas era capaz de acertarle a la pelota cuando jugábamos al tenis, apenas duraba cinco minutos corriendo cuando teníamos que dar vueltas al patio, apenas tocaba la pelota cuando jugábamos al baloncesto, apenas me tenía en pie... Siempre era el blanco perfecto, accidental o intencionadamente todos los pelotazos me los llevaba yo. Se reían a la vez que me pedían disculpas y yo muerta de rabia y frustración teniéndome que tragar las ganas de llorar para no darles la satisfacción de derrumbarme y llorar como una idiota frente a ellos. Al menos todavía me quedaba una poca de dignidad. Aunque años después la perdiera toda casi sin ser consciente de ello.

Alma gélida y de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora